Advertencia: el relato que sigue no es ciencia ficción ni un mal sueño. Dice así: En medio del océano Pacífico, a unos mil kilómetros de Hawái, se ha formado un inmenso basurero a cielo abierto, una isla de basura que ocupa entre 1,7 a 3,4 millones de km² (de 35 a 68 veces el tamaño de Costa Rica). Una parte del basurero está a una profundidad media de 30 m y otra en la superficie. La llaman el “sétimo continente”, el más nuevo y artificial, uno creado exclusivamente por desechos (Diario ABC de España, 17/04/2012).
Dice la noticia: “La isla de basura está compuesta por todo lo que se pueda imaginar: boyas, redes de pesca, cepillos de dientes, bombillas, tapas de botellas, objetos procedentes de alcantarillas (...). Destacan sobre todo pequeñísimas piezas de plástico, millones de ellas (...). El detritus contamina aguas y envenena a los peces, que ingieren las partículas de plástico más diminutas. Esas toxinas pueden ser transmitidas en cadena a depredadores más grandes, incluido, por supuesto, el hombre”.
Estas son las buenas noticias. Las malas son varias. Cito cuatro: primero, no es el único basurero flotante; hay dos más en el Atlántico norte, no tan extensos pero sí más compactos. Segundo, todos los vertederos parecen estar creciendo rápidamente. Tercero, los efectos de esta sopa de basura pueden ser desastrosos, pero se desconocen en concreto. Por lo pronto, hay una probabilidad nada despreciable de que algo de esto condimente el próximo ceviche que uno coma. Charles Moore, oceanógrafo y marino aficionado que descubrió por accidente el sétimo continente –por días navegó entre basura– estimó en 100 millones de toneladas los depósitos que se habían sedimentado allá por 2008. Finalmente, ¡hasta ahora arrancarán expediciones científicas para estudiar el problema en profundidad!
Esta es la tragedia de los comunes: el mar es de todos y de nadie. ¿Quiénes son los responsables de esos basureros? Todos y nadie. O sea: nadie. Discutir culpas es estéril. Partamos de que la humanidad entera es responsable, en diversos grados, de este inmenso problema. Ahora bien, para corregir la torta ya creada, necesitaremos invertir mucha plata, pero ¿quién lo hará? Para evitar que siga creciendo, requeriremos cambios drásticos en nuestros estilos de vida, pero ¿cómo?, ¿qué Gobierno se jugará su capital por este tema? Muchos se encogerán de hombros y argumentarán que Hawái queda largo o que, después de todo, algún día la especie humana tenía que extinguirse. Yo pienso distinto: como seres pensantes, nos debemos a una ética de la responsabilidad.
¡Menudo dilema! Ojalá la ciencia nos ilumine el camino.