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Enfoque

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Según diversos estudios, somos uno de los países más felices del mundo y, sin embargo, llorar aquí, más que un verbo, es una institución. Así es: en Costa Rica todos lloramos: “Andá y echale una llorada a ver si...” O: “Todos le lloramos y el mae aflojó”. Llorar forma parte de la vida social, algo normal y hasta esperable y no implica deshonra alguna: el duro empresario llora con tal de conseguir un buen trato; el estudiante llora para que le suban la nota; la doñita en la fila, para que le den el papel que necesita. Digámoslo así: bañarse, llorar y cepillarse los dientes son tres normas del manual de urbanidad tico. Más aún, no llorarle a alguien puede ser mal visto, como si el individuo en cuestión fuere tan insignificante que no amerita determinarlo. Llorar es reconocerle valía social.








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