Pregunto: ¿Hay una élite del poder en Costa Rica? “Pero: ¿cómo no va a haberla?”, diría un lector. Y agregaría: tenemos gente poderosa que todos los días moldea las principales decisiones del país y comanda la sociedad por su influencia en los mercados y la política. Entonces, ¿cómo no va a haber una élite, Vargas? A pesar de los pesares, la pregunta no es tan tonta como parece. ¿Quién dice que hay solo una élite del poder y no varias compitiendo por agrandar sus ámbitos de influencia? ¿Que los poderosos están coaligados por alguna unidad de propósitos por encima de sus intereses particulares? Poderosos concretando conveniencias siempre habrá, pero no siempre conforman una élite con espíritu de cuerpo y con idea del país que quieren construir.
En los sesenta se configuraron dos élites que rivalizaban entre sí. Una, alrededor de Liberación Nacional, reformista y estatizante; otra, que reunía al antiliberacionismo, liberal-conservadora. Contendían pero tenían cosas en común: su anticomunismo y el ser convergencias de grupos empresariales, movimientos sociales y partidos políticos. Alrededor del PLN estaban los industriales, las cooperativas, nuevos empresarios agrícolas y sindicatos públicos. Comandaban Figueres, la troika y la tecnocracia partidista. En el antiliberacionismo militaba la vieja oligarquía, el calderonismo y sectores obreros urbanos. Comandaban La Nación y el Dr. Calderón Guardia. Esa competencia se saldó con la hegemonía liberacionista y moldeó el destino del país.
Hoy en día pululan poderosos caballeros y damas, pero no hay élites de poder. Me explico: una parte de lo que pasa por sector empresarial es en realidad la tecnocracia de empresas transnacionales con poco margen frente a su casa matriz. Influyen pero no deciden. Otros, llamémosles los capitalistas locales, se concentran en sus negocios (aquí y afuera), pero se despreocupan de la política excepto cuando necesitan mover ficha para sus conveniencias. Para ellos los partidos son meras correas de transmisión y estos, a su vez, tienen poca relación con movimientos sociales.
No hallamos en estos poderosos una idea de lo que quieren con Costa Rica más allá de garantizarse un buen clima de negocios. Hablarles de transacciones sociales, de reconocer otros interlocutores, es parlarles en chino: ases de los negocios, negados para la política. Los hermanos Arias son, hoy por hoy, punto de encuentro entre políticos y empresarios, cosa que a ellos les confiere poder, pero no configura una élite. Y, enfrente, hay una mejenga.
Por eso digo que tenemos gente poderosa, pero no una competencia entre dos o más élites de poder con visión propia del país. Así, la política anda desnortada.