Archivo histÛrico, Visita del presidente de Estados Unidos Lyndon B. Johnson a Costa Rica. Es recibido por el mandatario JosÈ JoaquÌn Trejos Fern·ndez en el Aeropuerto Internacional El Coco (actualmente Juan SantamarÌa), 8 de julio de 1968. Momentos despuÈs se mezcla entre la gente y saluda a todos
Con un pañuelo bordeando su cara amplia y ojos apuntando al cielo, Soraya de Persia predijo una vez que Ronald Reagan vendría a Costa Rica. A los dos años del anuncio de la adivina josefina, en 1982, Reagan dejó escapar de su boca un “Hello mister President” para Luis Alberto Monge, mientras avanzaba, vestido de azul y blanco, sobre una tarima en el aeropuerto Juan Santamaría. Él fue el cuarto presidente de Estados Unidos en visitar Costa Rica. Hoy la lista suma seis y Barack Obama será el sétimo (ver recuadro) .
Y aunque han pasado los años, para muchos de los que vivieron el momento, aquellas visitas han quedado guardadas como una película a color, la que, al darle play, suena: “Sí, yo conocí a' Kennedy”, dice Rafael Bustamante Solís, en un cuarto lleno de libros viejos y las paredes empapeladas con fotos antiguas. Ahí cuelgan imágenes de Juan Pablo II en Costa Rica, de Kennedy en carro por el paseo Colón –“ese carro que trajo a Costa Rica fue el mismo dónde lo asesinaron”– y también de él en la Universidad de Costa Rica. Abajo, en la esquina derecha de esa foto, un círculo azul encierra a un joven de pelo perfectamente engomado hacia atrás.
“Yo estaba recién casado, tenía 25 años y trabajaba para la Dirección de Investigaciones Criminales. Un día me dijeron: ‘usted nos puede ayudar en la escolta del presidente Kennedy’”. Ahí comenzó todo, en 1963. Tuvo que correr tras el vehículo del presidente en el desfile de paseo Colón, quedarse quieto durante tres horas bajo el escenario del Teatro Nacional por aquello de una bomba, resguardar la tarima donde dio un discurso en la UCR, quitar gente para que aterrizara el helicóptero en la actual Colonia Kennedy y montar guardia en el Hotel Costa Rica.
Rafael recuerda con entusiasmo sus días como guardaespaldas de JFK y mira en la habitación de un lado a otro, en busca de un objeto digno de anécdota. La visita se le quedó tan grabada que a lo largo de su vida se ha dedicado a coleccionar objetos del expresidente.
A otras personas, como es el caso de Lenis María Pizarro Bustos, el tema de los presidentes norteamericanos la remite a un amor platónico. ¡'Clinton!”, suspira Lenis, cuando le pregunto si en serio lo conoció en su viaje a Costa Rica, en 1997. En este caso, fue Bill Clinton quien la visitó. Fue un encuentro no protocolario impulsado por el antojo de un souvenir . En su último día de visita, la limusina que los transportaba se desvió de la ruta oficial y se estacionó frente al mercado de artesanías La Casona, en San José. “Entró como si fuera directo a mi negocio y se estacionó en mi local de 20 a 25 minutos”.
Ella esperó quieta, en silencio, con el corazón bombeándole desenfrenado. Por instantes, se pellizcaba para asegurarse de que en realidad estaba frente a mister Clinton. Él tomó una casita de barro y una caja desarmable con un mono. – Hello .
“Y yo le respondí hello ”.
–Do you wanna take a picture with me? ( ¿Quiere fotografiarse conmigo? ) “Ok, ok”, dije. Y entonces la asistente que andaba con él sacó una cámara y yo le metí la mano bajo el saco y me lo apachurré todo; era un hombre guapísimo”, rememora emocionada. Meses después, fue a Casa Presidencial, a Zapote, a recoger la foto autografiada que tenía escrito: “Con cariño, Bill”, y venía acompañada por un cheque del gobierno tico para pagar por los souvenirs de Clinton.
Equipaje variado
Cuando Clinton salió del Boeing VC-25A sacó un par de muletas y empezó a bajar con cuidado. Las muletas lo acompañaron en su desfile por el paseo Colón, el Teatro Nacional y hasta el Parque Nacional Braulio Carrillo.
Cada uno de los presidentes que ha venido al país incluyó en su equipaje algún objeto particular. Rafael Bustamante afirma que Kennedy cargó consigo una silla especial, similar a una mecedora, por dolencias en la espalda. La comitiva estaba encargada de colocársela adonde él se dirigiera.
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George Bush trajo un par de zapatillas deportivas Reebok con las que jugó tenis en el Club Cariari, junto a los presidentes Carlos Menem, de Argentina, y Rodrigo Borja, de Ecuador. Este último, por cierto, terminó en el hospital México enyesado a causa de un desgarre sufrido durante el partido. Aficionado al café, Bush también incluyó entre sus acompañantes a un hombre que lo seguía a todo lugar y llevaba consigo un bolso con un termo de café. Así, el mandatario podía tomar cada vez que se le antojara. Reagan optó por los canes. Junto a los hombres del FBI que vigilaron su entrada al Teatro Nacional, había perros que jadeaban sedientos en busca de explosivos.
Protocolarios
Elementos comunes a todas las visitas han sido los estrictos protocolos de seguridad, los niños de escuela aplaudiendo con banderas de papel y las presentaciones culturales para darles color a los actos de bienvenida. María Aguilar Pérez fue una de esas niñas que “se ganaron la rifa”. Como su escuela se llama Estados Unidos de América (ubicada en San Joaquín de Flores), fue seleccionada para recibir a Ronald Reagan en el aeropuerto.
Ella, de 11 años, debía sostener una bandera, pero de repente le dijeron que le tocaba darle un obsequio al gobernante. “Me dio un beso y me dijo thank you very much ”, recuerda, tras precisar que el regalo era una escultura de un campesino.
Sin embargo, en ocasiones ha habido que romper el protocolo. Y eso mismo hizo Lyndon Johnson, quien aprovechó al máximo cada minuto de la visita más veloz que un presidente estadounidense haya hecho en Costa Rica. En hora y media, luego de los discursos e himnos, Johnson y su familia se escurrieron entre la gente que llegó al aeropuerto a recibirlos.
Su hija, Lucy, hasta bailó El Torito con un muchacho de un conjunto de bailes folclóricos. Otra de las que recuerda anécdotas particulares en torno a la visita de algún mandatario norteamericano es Isabel Campabadal, quien tuvo a cargo la preparación de un almuerzo para el presidente Clinton.
“Sus dos chefs personales y también su doctora me visitaron ocho días antes de que él viniera porque era alérgico a los lácteos. Querían asegurarse de que no habría ningún lácteo en el menú. El día del evento, su chef personal estuvo viéndonos trabajar. Yo siempre creí que, a última hora, le iba a sacar al Presidente una cajita con comida”, relata. Pero Clinton hasta repitió postre.
En visitas de este calibre, la seguridad es sin duda un asunto de máxima importancia. Por ejemplo, para la venida de Kennedy, se hizo un sondeo y empadronamiento de todas las personas que habitaban o trabajaban ocho cuadras a la redonda del Teatro Nacional. A todas ellas se le dio una tarjeta para que pudieran pasar.
La chef Campabadal no corrió con esa suerte cuando los agentes de seguridad de Clinton le impidieron el paso. “Cien metros antes de llegar al Teatro Nacional, por más gafetes que teníamos, no nos dejaban pasar. Tuvimos que hacer un montón de llamadas”, recuerda.
Hubo quienes, a falta de cara de niño o cara de guardaespaldas y sin poseer un gafete oficial, optaron por otras técnicas de camuflaje para acceder a los afamados gobernantes. Don Álvaro Castro Harrigan cuenta que, el día de la visita de Kennedy, se puso pantalones de vestir, una camisa blanca, anteojos y una cámara al cuello. Eso, más una libreta de notas, lo convirtió en todo un periodista. Así logró colarse entre el “mar humano” de La Sabana y conseguir la firma de los presidentes centroamericanos que también vinieron en esa ocasión, mas no la del mandatario estadounidense.
Por dicha, tenía un plan B. Se fue al día siguiente a Escazú, a un pic-nic organizado por el embajador de EE.UU., y en eso salió Kennedy a saludar a unos niños de las pequeñas ligas de béisbol. ” ‘Andá y te metés en la fila’, me dijo mi hermano, y yo le decía: ‘No seas ingrato, son puros carajillos y yo ya grandote’”. Las ganas pudieron más que la verguenza y Álvaro terminó dándole la mano a Kennedy y obteniendo su autógrafo.
“Después de conocer a un presidente, a uno le queda como el gusanillo. Cada vez que viene uno, me dan ganas de ir”, dice Rafael Bustamante, y afirma que espera poder conocer a Barack Obama, en esta ocasión.