Las pantallas planas han propiciado un enredo con los formatos. Antes todo venía en proporción 4:3 –el alto era tres cuartas partes del ancho–, y ahora es en 16:9. El problema estriba en que todo mundo “ajusta” la imagen para aprovechar la pantalla, y de resultas hay un achatamiento general: personas, animales, casas... la elipse reemplazando por doquier al círculo.
Sé que mi intolerancia a la deformación se bate en retirada ante la insensibilidad colectiva, pero de veras la cosa me maltrata, por ejemplo al pararme frente a una vitrina y ver un partido donde los jugadores parecen pigmeos rechonchos.
El colmo fue hace unas semanas. Acudí al Centro de Cine, en barrio Amón; proyectaban una cinta alemana. Llegué con minutos de retraso, me senté en una de las últimas filas y no pude concentrarme, porque las siluetas del público, con las proporciones habituales, reñían con las de los actores, aplastadas por el fenómeno ya dicho. Pronto abandoné la sala.
Lo anterior se bifurca en otros ámbitos. Por ejemplo las letras (tipos y formas), cuya belleza me enseñó mi padre, rotulista entre sus muchos oficios. Siempre he reaccionado ante un rótulo como “REgALOS LIllIANA”, o ante un logo como el de la cadena CNN. La primera vez creí que era “CMI”, luego me percaté de que algún avispado unió las dos N en un garabato inédito. Hace poco la hicieron peor, cuando le encaramaron una gigantesca virgulilla, que sugiere “CÑÑ”. Concesión, supongo, al hispánico auditorio.
Tampoco me gusta que diga “S ????? MSUNG” en vez de “SLMSUNG”, o ver “AICNALUBMA” en la trompa de una ambulancia.
En mi opinión, si uno ve por el retrovisor un vehículo blanco que pide campo con estruendo y tiene una cruz roja y luces giratorias, a menos que sea muy bruto (y por ende incapaz de manejar) se percatará de que es precisamente una ambulancia, así vea el rótulo al revés en su trompa. Es más, en un santiamén lo leerá de atrás hacia adelante.
Sospecho que en las cuatro capas que conforman el modelo semiótico de la cultura (reflejo instintivo, reflejo condicional, acción instrumental y símbolo abstracto) subyacen las conexiones que me hacen reaccionar contra las violaciones a los marcos y referentes en que crecí. No es que rechace las caricaturas (David Levine, Quino o Hugo Díaz son geniales) y las exageraciones, es que no encajo en el troche y moche, en el afeamiento rotundo y masivo.
Me quedaré, para siempre, con Leonardo y su hombre de Vitruvio, y le he pedido al periódico (“LA nACIOn”) que me ilustre estas notas con ese imperecedero estudio.