Entre los muchos votos para el 2009, quedémonos con uno, esencia de nuestro código ético. Si la nueva Ley de tránsito , que ocupa hoy, a punta de borrachos, el primer lugar en el hit parade de las conversaciones, lograra combatir la anomia nacional, el cambio sería espectacular.
El diccionario define la anomia como la ausencia de ley (algo así, a la tica, como vivir a lo chancho chingo) o conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación. En síntesis, sin ley ni autoridad, o bien, con bibliotecas de leyes que no se cumplen por incultura cívica, por miedo a ejercer la autoridad (otra epidemia nacional) o por falta de sanciones. En este país, donde todo pasa, nada pasa. Este antivalor ético ha echado raíces profundas en nuestro estilo de vida y en nuestra convivencia social.
La anomia ha engendrado así un “principio” espantoso: no solo la convicción de que nada pasa, genéricamente, sino que nada me pasa a mí ni a mi familia. Nos creemos seres superiores, inmunes a todo, capaces de las conductas más aberrantes porque creemos que nada pasa y que nada nos pasa. Claro, un día lo inesperado pasa, porque esa es la lógica de la vida, pero ya es tarde. Ahí están, como testimonio, las terribles estadísticas nacionales sobre los accidentes en las carreteras. La nueva Ley de tránsito no es sino un gran monumento al derecho sobre un cementerio, sobre millares de hogares deshechos, sobre una adolorida saga de viudez y de orfandad. Y no solo pasó de todo, sino que llegamos muy tarde. Pero, en fin, llegamos.
Si esta nueva ley nos enseñara que las conductas indebidas se sancionan; esto es, que algo pasa, que uno debe dar cuenta de sus actos, que existen normas que se deben cumplir, que hay una autoridad que exige la observancia de las leyes y se debe respetar, y si, además, la autoridad hace cumplir las leyes, sin miedo y sin comisiones…¡Ah, si esto ocurriera en Costa Rica, comenzaríamos a subir algunos peldaños en el edificio de la civilización!
Y si del vocabulario y del alma de los ticos se comenzase a desterrar la barbarie de “me la voy a jugar”. “a mí qué me importa”, “aquí nada pasa”, en todas las circunstancias de la vida, desde la niñez hasta la cima del poder, y tomáramos conciencia del valor ético del respeto y de la responsabilidad, inexistentes en nuestro diccionario vital, Costa Rica estaría en el camino de la madurez cívica, de una verdadera metanoia y de una gran revolución cultural.
¿Qué mejor compromiso nacional para este desafiante 2009? Así, sí vale otro año nuevo…