A raíz de las escaramuzas o, mejor, de las agresiones contra la Policía en días pasados, cuyo epicentro fue la destitución de un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, se ha exaltado la llamada democracia callejera, sin discernimiento alguno, no como abuso, sino como modelo. No se ha distinguido lo razonable de lo irrazonable: entre una manifestación pública, pacífica, respetuosa, propia de un país regido por leyes y valores, y una manifestación incivilizada.
Distinguir: he aquí una de las fórmulas clásicas que nos proporciona el buen juicio, la lógica, el sentido de convivencia, el respeto (el gran valor ético), la prudencia (virtud intelectual), para contenerse ante los límites, que, una vez traspasados, engendran la barbarie.
¿Era la vía de la democracia lo que los costarricenses leímos en la prensa o vimos en la televisión con ocasión del enfrentamiento contra la Policía, hermanados diputados, estudiantes, profesores, funcionarios y, como se ha revelado, un grupo de pachucos y delincuentes? ¿Representa una dimensión del análisis crítico objetivo el relato o examen de los hechos sin distinción alguna entre la violencia y el respeto, entre la razón y la sinrazón, y, por lo tanto, sin sentar responsabilidad alguna en los organizadores y promotores que no logran prever y honrar la democra- cia? ¿Por qué tanto miedo de poner las cosas en su lugar y a las personas y cabecillas en su podio demagógico, en vez de lamentarse, consumados los hechos, diciendo que “fue que se entrometieron individuos indeseables”?
Los costarricenses estamos hartos de este tipo de manifestaciones y, más aún, como ocurrió, de los “análisis” donde todo se confunde y nos quieren meter gato por liebre, o tigre por liebre, tratando de justificar la violencia o el irrespeto so capa de expresiones democráticas.
La barbarie y violencia callejera desatadas en México, tras la juramentación del nuevo presidente, se clausuró con un discurso del rey de la demagogia, Manuel López Obrador, responsable directo de tanta verguenza e indignidad para el pueblo mexicano. Este personaje describió aquel horror masivo planificado, aquella exaltación de lo ilegal y de lo inhumano, como la nueva vía democrática para México, por la que debe transitar este país ya de por sí abrumado por el crimen, la corrupción y el narcotráfico.
Lo ocurrido en San José es apenas un simulacro, una imagen lejana de las imágenes mexicanas. En ambos casos, sin embargo, reinó, en mayor o menor medida, la violencia y el irrespeto a los derechos del pueblo, y, en ambos casos, lo que es peor, hubo expositores académicos que le pusieron al mal careta de bien o el camino renovador hacia la democracia.