La tradicional sesión de la Asamblea Legislativa de ayer, 1.° de mayo, tuvo, a diferencia de otras, una característica: la decencia. Los diputados se comportaron decentemente, aun los que tuvieron que contener sus propios impulsos.
La decencia, como se ha dicho, nos recuerda la importancia de vivir y comportarse dignamente en todo lugar, en los actos, en las palabras y en la vestimenta. Una persona decente es consciente de su propia dignidad. Su antónimo o contrario es el “pachuco”, con título o sin él, con vestido entero o semidesnudo, un personaje que, cada vez con más prepotencia y frecuencia, invade el paisaje nacional.
Viene ahora la gran pregunta. ¿Significa esta conducta general y transitoria un cambio sustancial y permanente? ¿Cómo contener, de ahora en adelante, a los pachucos? Más aún, ¿cómo convertir el sentido de la propia dignidad, en una sesión legislativa fugaz, frente a la prensa y a las cámaras de televisión, en una actitud impregnada del sentido del deber y de ética, sin la cual la política es un mercado y una feria? ¿Es posible un cambio de esta naturaleza?
Quizá lo sea si los diputados, en un acto supremo de verdad y dignidad, se preguntaran, apenados, si es posible que nuestra Asamblea Legislativa siga descendiendo más, moral e intelectualmente, ante la consideración o estima del pueblo de Costa Rica. Esta es una pregunta y una reflexión de orden personalísimo. Se trata de interpelar a 57 diputados, esto es, a 57 seres humanos dotados de inteligencia, voluntad y dignidad, que, como tales, deben responder en forma individual, sin refugiarse en el anonimato del grupo o del partido.
Cada vez resuenan con más frecuencia y desquite en el país estas exclamaciones terribles: “Esta es la peor Asamblea Legislativa que hemos tenido, estos son los peores diputados, no habrá otra peor”'Y, lamentablemente, ciertos datos y documentos pueden confirmar estas expresiones. No hubo filtros suficientes a la hora de elegir a muchos candidatos a diputados. Triunfaron el miedo y el amiguismo en no pocos casos. No tuvieron en cuenta los dirigentes que estos son otros tiempos y que ahora estamos pagando su ceguera y la falta de transparencia de ayer.
Sea lo que sea, todavía hay tiempo y lugar para el advenimiento de la decencia en actos y en palabras. La crisis política moral es honda y oscura. Sobre la corrupción impera el cinismo. Y el cinismo consiste en fingir decencia y compostura en una sesión legislativa pública y solemne, para acallar la censura de la gente, y en retornar a las andanzas y a las prácticas legislativas y dañinas al día siguiente.