En su edición del 30 de octubre de 1943, el periódico Trabajo , órgano del Partido Comunista de Costa Rica (PCCR), publicó una foto de los integrantes de la célula “México”, en la que figuran quince varones y tres mujeres. De los primeros, cuatro por lo menos usan corbata; de las segundas, dos parecen haberse presentado con sus vestidos y zapatos de domingo.
La ocasión no era para menos: darlos a conocer públicamente fue un reconocimiento por haber vendido 6 acciones de 50 colones cada una. La meta del PCCR era vender 1.000 de estas acciones con el fin de recaudar fondos para financiar su participación en las elecciones de 1944.
Lejos de ser algo excepcional, desde su fundación, en 1931, los comunistas costarricenses debieron aprender a desempeñarse como empresarios ya que el mantenimiento del PCCR y la puesta en práctica de sus proyectos requerían fondos constantes.
Finanzas y proyectos. El PCCR buscó diversas opciones para agenciarse recursos que le permitieran sufragar sus costos operativos, en particular el alquiler de locales, la compra de útiles de oficina y la impresión de diversas formas de propaganda.
A medida que la organización comenzó a expandirse, a esos gastos se añadieron el pago de multas y de fianzas a los militantes o dirigentes que eran detenidos por la policía, y la ayuda a sus familias.
Una vez que el PCCR empezó a participar electoralmente, también se inició la búsqueda sistemática de fondos para financiar sus campañas, centradas en alcanzar puestos en las principales municipalidades y en el Congreso. En esa época, cada dos años había comicios municipales y se renovaba la mitad de las plazas de diputado.
Durante sus primeros dos años, el PCCR dispuso de fondos muy limitados: Trabajo circulaba apenas una vez al mes o, a lo sumo, cada tres semanas, en tiradas de entre 1.000 y 2.000 ejemplares. Las finanzas de los comunistas se basaban en el pago de cuotas de los militantes y en contribuciones extraordinarias de algunos de sus dirigentes, pero comenzaron a mejorar a partir de 1933. Entonces, el periódico se convirtió en un semanario.
En 1934, tras haber ganado sus dos primeros puestos en el Congreso, las finanzas del PCCR experimentaron una mejora significativa ya que ambos diputados, Manuel Mora y Efraín Jiménez, donaban al partido dos tercios de sus salarios, unos 500 colones mensuales cada uno.
En ese contexto, el PCCR inició sus dos proyectos más ambiciosos: convertir Trabajo en un diario y adquirir una imprenta propia. Sin embargo, tales iniciativas fracasaron debido a la considerable cantidad de recursos que el PCCR invirtió durante la huelga bananera de agosto y septiembre de 1934, y luego en las elecciones de 1936. Pese a que la dirigencia confiaba en que ampliaría el número de diputados, no logró ganar ningún escaño legislativo en esos comicios.
Entre finales de la década de 1930 e inicios de la de 1940, el PCCR intensificó sus actividades de recolección de fondos, tanto para colaborar con los republicanos durante la Guerra Civil Española (1936-1939) como para financiar la importación creciente de libros y folletos comunistas.
En el marco de ese esfuerzo se fundó la Librería Vanguardia Popular en 1943 (un año después, el valor de sus existencias ascendía a 1.200 dólares); en 1945 se estableció la Editorial Vanguardia, y en 1946 se organizó una biblioteca circulante que alquilaba libros.
También durante estos años, el PCCR patrocinó nuevas y efímeras publicaciones, como la revista Vanguardia y el periódico juvenil Trinchera . No obstante, su proyecto de mayor alcance consistió en financiar una estación de radio propia.
La emisora se inauguró en diciembre de 1947 con el nombre de “Ecos del 56”, referencia a la guerra de 1856-1857 contra los filibusteros.
Estrategias. Hasta donde se conoce, en el período 1931-1948, los fondos que el PCCR recibió del exterior fueron muy limitados.
En tales circunstancias, la dirigencia recurrió a diversas estrategias de captación de recursos, como la organización de bailes y veladas, la realización de paseos y rifas, la venta y el alquiler de libros y folletos, y la puesta en práctica de campañas constantes para recolectar dinero.
Todas esas actividades se justificaban sobre la base de una ideología que apelaba a la identidad de clase trabajadora, al compromiso con "la patria amenazada por el imperialismo estadounidense", a la defensa de la democracia, a la promoción de las reformas sociales (durante la década de 1940) o a una combinación de estos motivos.
Con el fin de lograr los mejores resultados, desde el inicio, el PCCR optó por promover la competencia: competían los pregoneros de Trabajo para ver cuál vendía más ejemplares; competían los militantes para determinar quién se distinguía más en la consecución de las metas señaladas; competían las células y las secciones en que se dividía el partido para establecer cuál recogía más dinero, comercializaba más libros y folletos, o conseguía más suscriptores y anunciantes para el periódico.
Los nombres y a veces también las fotos de los ganadores de esos concursos se publicaban regularmente en las páginas de Trabajo .
A partir de 1937, el PCCR abrió las páginas del semanario a la publicidad. A la convocatoria para colaborar con el financiamiento del periódico por medio del pago de anuncios respondió un variado conjunto de pequeños, medianos y grandes empresarios.
En la década de 1940, cuando los comunistas estuvieron aliados electoralmente con el gobernante Partido Republicano Nacional, diversas instancias del Estado se convirtieron en los principales anunciantes de Trabajo , en particular la Caja Costarricense de Seguro Social.
Conflictos. La constante presión por más recursos llevó a algunos conflictos con militantes y simpatizantes, como lo admitió la dirigente Luisa González en un artículo que publicó en Trabajo en septiembre de 1945: “Dicen unos compañeros: El Partido echa demasiada carga sobre los militantes. Tenemos que cotizar en el carnet [del PCCR], tenemos que pagar ¢ 0.75 mensuales por el semanario Trabajo ; además tenemos que cotizar en el Sindicato y a menudo hay contribuciones extraordinarias y más encima nos dicen que tenemos que comprar libros, revistas y folletos”.
González reconoció que esas críticas tenían cierto fundamento, en particular en el caso de los militantes más pobres; pero se apresuró a señalar que era necesario sacrificarse, “apretar duro los dientes y los puños, sin quejarse” ya que “estas y muchas otras obligaciones tienen que caer sobre las espaldas de la clase trabajadora, que está forjando su propia liberación con sus propios recursos”.
En la perspectiva de González, el PCCR era una gran empresa al servicio de los trabajadores; por tanto, no se justificaba que hubiera algunos que se preocuparan sólo por “su propia suerte y luego reclaman y protestan contra las cotizaciones del Sindicato y del Partido; se niegan a dar contribuciones extraordinarias, atrasan el pago del semanario Trabajo , no quieren comprar libros y folletos para instruirse [']”.
Ciertamente, entre 1931 y 1948, el PCCR operó como una gran empresa, dirigida por “empresarios rojos” que, en su esfuerzo por impulsar una política socialmente reformista, aprovecharon las ventajas y las oportunidades que les ofrecía una sociedad democrática, como lo era la Costa Rica de esas décadas.
El autor es historiador y miembro del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas de la UCR.