En el verano de 1998, Dashik y Yehuda, dos residentes de Jerusalén, iniciaron relaciones homosexuales a vista y pa-ciencia de todas las personas. Después de un periodo prudente, las autoridades decidieron darles en adopción a una pequeña, la que cuidaron con devoción hasta ser una adulta exitosa.
Una vez cumplida su labor “maternal”, Yehuda abandonó a Dashik y creó otra familia, pero esta vez con una hermosa joven. A causa de esto, Dashik se deprimió a tal punto que fue llevado a la Universidad de Tel Aviv para su recuperación.
Finalmente, Dashik se recobró de su tristeza y conoció a quien fue su pareja de por vida, una imponente hembra de su misma especie: un buitre hembra grifo africana.
Este evento acaeció entre dos grifos machos en el Zoológico Bíblico de Jerusalén y es apenas una muestra de la diversidad de conductas sexuales que ocurren en los animales.
Muchas posibilidades. La homosexualidad se ha observado en cerca de 1.500 especies de animales y se ha documentado en detalle en unas 500. Entre los más sobresalientes están los cisnes negros machos, que con frecuencia establecen relaciones permanentes, hasta el grado de robar huevos para empollarlos y criar a los polluelos como propios. En las hienas hembras, con cerebros más grandes, la variedad de conductas sexuales alcanza todos los rangos.
Los comportamientos homosexuales y bisexuales son comunes en los primates y han sido ampliamente estudiados en macacos y chimpancés bonobos. En ellos, “hacer el amor y no la guerra” se materializa de forma explícita: los contactos sexuales entre los miembros de un grupo se establecen como regla cotidiana para la resolución de conflictos y para fortalecer los lazos sociales entre individuos, ya sean del mismo o de diferente sexo.
De tal manera, en la mayoría de los animales, el sexo –además de su función reproductora– parece cumplir otros propósitos importantes para la especie.
El hecho de que la hembra humana esté dispuesta a establecer relaciones sexuales cuando le convenga, sin evidenciar su ciclo ovulatorio (contrario a lo que ocurre con otros mamíferos), demuestra que la reproducción es solo un aspecto de la sexualidad de las personas.
En todas sus formas, la sexualidad ocupa un lugar preponderante y corresponde a un abanico de posibilidades de expresión que van desde la heterosexualidad hasta la homosexualidad pura, pasando por la bisexualidad, la pansexualidad, la polisexualidad y la asexualidad.
A diferencia de otros vertebrados, la sexualidad corporal de los humanos está explícitamente expuesta como resultado de varias peculiaridades evolutivas independientes del tamaño del cerebro.
La forma erguida favorece que se muestren de manera franca los órganos sexuales secundarios. Estos se enmarcan por un vello púbico que los hace prominentes en el contexto de un cuerpo con poco pelo y desprovisto de una cola que los cubra –ya sea por medio de un rabo largo como el de los leopardos, o por lo menos ancho como el de los castores–, especialmente en la retaguardia, cuando ciertas posturas (como el agacharse) obligarían al pudor.
No en balde, los humanos del paleolítico tuvieron la urgencia de inventar el taparrabo antes que el chonete o la controvertida burka.
Además, existen otros ecos sexuales, como las redondeadas nalgas, también resultantes de la posición erguida; y, en el caso de las mujeres, los pechos cada vez más prominentes gracias a los prodigios del silicón.
Conducta ancestral. La homosexualidad es un comportamiento humano ancestral e inherente a la especie. Todas las culturas usan vocablos para describir las preferencias sexuales de los diferentes grupos, la mayoría de ellos sin connotaciones despectivas.
Por ejemplo, en la pequeña y pacífica nación polinesia de Samoa, existe un grupo de hombres llamados fa’afafine , que son educados como mujeres. Algunos de ellos son francamente masculinos, otros son homosexuales o bisexuales, pero todos desempeñan un cargo social femenino. Muchos de los fa’afafine , adquieren prestigio como tales y son apreciados dentro de su contexto social.
En los Estados Unidos se ha calculado que, entre un 4% y un 8% de la población es gay o lesbiana (porcentajes apenas menores que los de los zurdos); sin embargo, cerca del 25% de los entrevistados han declarado haber tenido relaciones homosexuales en algún momento de sus vidas.
Esas cifras son similares a las obtenidas en otros países; por tanto, es probable que sean extrapolables a diferentes latitudes.
Aparte de la diferencia cromosómica entre los sexos, la ciencia no conoce los factores que determinan las preferencias sexuales de los humanos. Sin embargo, la ciencia ya ha roto mitos tales como considerar a la homosexualidad una enfermedad o una desviación, ficciones en su mayoría perpetuadas por la especulación sicoanalítica o la religiosa.
Tampoco hay pruebas que apoyen el que la crianza de los hijos o las primeras experiencias de la infancia tengan algún papel preponderante en la orientación sexual de una persona. La mayoría de las lesbianas y gays provienen de padres heterosexuales, y, en general, los niños criados por homosexuales son heterosexuales.
Actualizarse. La sicología evolutiva (para otros, “sicología pop”) promulga que, a pesar de que la homosexualidad “disminuye el éxito reproductivo de los gays y lesbia-nas”, este se mantiene en la población y no desaparece debido a que hay “genes homosexuales” que, al heredarse en combinaciones apropiadas, favorecen el éxito reproductivo de los heterosexuales.
Además, alega que los homininos gays y lesbianas del pasado cumplían funciones sociales particulares para la especie, las que ahora no son evidentes debido a la complejidad social. Sin embargo, esto no se sostiene pues no hay ninguna prueba de componentes hereditarios que determinen la homosexualidad, amén de que muchos homosexuales son padres.
Parece que, en familias numerosas, hay una probabilidad más alta de homosexuales en los hermanos menores. Una hipótesis que explicaría esto es que las madres de varios hijos varones despiertan, en la gestación, inmunidad contra moléculas propias del sexo masculino, lo que favorecería la orientación homosexual; pero esto no ha sido probado.
También se ha propuesto que el cerebro fetal se diferencia: 1) en la dirección masculina por la influencia de la testosterona sobre las células nerviosas en desarrollo, o 2) en la dirección femenina por la ausencia de esa hormona. Sin embargo, no se ha demostrado que la testosterona (o la falta de ella) tenga acción directa en las preferencias sexuales de los humanos.
Lo más factible es que la sexualidad esté determinada por una combinación de influencias congénitas (cambios durante el desarrollo embrionario), ambientales y culturales de carácter idiosincrático, que trabajan de modo diferente en cada persona.
Como dice Woody Allen, para algunos, el segundo órgano preferido es el cerebro. La prueba está en que el vocablo ‘sexo’ aparece 65 millones de veces en Google, mientras que la palabra ‘cerebro’ surge apenas 12 millones de veces, el mismo número que ‘homosexual’.
Ese último vocablo proviene del griego homo, que significa ‘igual’ (término que no debe confundirse con el latín homo, ‘hombre’), y es el que despierta controversia entre círculos que ven con recelo al matrimonio entre personas del mismo sexo por considerarlo “ contra natura”.
Eventualmente, los prejuicios tendrán que ser vencidos, y los humanos y sus instituciones deberán adaptarse a los vaivenes de los tiempos si no quieren extinguirse en un soplo de indiferencia.
EL AUTOR ES INTEGRANTE DEL PROGRAMA DE INVESTIGACIÓN EN ENFERMEDADES TROPICALES DE LA UNA Y DEL INSTITUTO CLODOMIRO PICADO LA UCR.