El show que ofreció Lady Gaga en nuestro país, para no variar, sacó lo peor de los ticos. Ya va siendo costumbre en Tiquicia que ante cualquier evento que se salga de la media, miles de arañitas de esas que tejen sus complejos y frustraciones en las redes sociales, se reúnan para despotricar y con posiciones sustentadas más en el hígado que en la razón.
Que el show nada que ver, que concierto fue el de Derechos Humanos, que qué tiempos aquellos cuando la música era lo importante y una colección más de sandeces. U-BI-CA-TEX. Cada cosa con su cosa.
La Gaga es una artista pop y así hay que verla. Ella, a pesar de su juventud, ha sabido capitalizar el vacío de sentido que aqueja a las generaciones actuales. Su discurso, su espectáculo, canciones y todo lo que dice y hace dentro y fuera de los escenarios está claramente enfocado en levantar el ánimo y la autoestima a personas que se sienten diferentes, despreciados y poco valorados por amplios sectores conservadores de la sociedad.
Sus fans la adoran por ser un referente en un sistema tan selectivo. La propia cantante tiene una historia personal de patito feo , conoce el desprecio y su lucha continua contra los desórdenes alimenticios que padece son del dominio público. Por eso, entiende que el éxito está basado en esa conexión vital y directa que tiene con sus fans a través de redes sociales y en los conciertos. Los hace sentir sus iguales. Es lo que ella llama la “sociología de la fama”.
Pero aquí no vemos nada de eso. Grandes como creemos ser, miramos casi todo por encima del hombro. Hasta un show de música pop y a una artista cuyo nivel está a años luz de lo que cualquier arañita de redes sociales pudiera siguiera imaginar.
Ya acerca del concierto, este espectáculo estuvo lleno de detalles específicos, como coreografías, actuaciones de ella, sus músicos y bailarines, cambios de vestuario constantes, maquillajes y otras cosas que, a la distancia, a simple vista, no pueden ser observados y disfrutados. El evento es casi un show para televisión en un estadio. El problema es que la producción colocó dos pantallas sumamente pequeñas para las dimensiones del Estadio Nacional, por lo cual fue prácticamente imposible que los asistentes notáramos tanto elemento valioso y que fue sumamente promocionado como una razón de peso para comprar la entrada.
Por otra parte, sabemos que traer al país a Lady Gaga no debe ser nada barato y que las entradas debían ser costosas. El estadio no se llenó, aún con muchas entradas de cortesía o compradas en reventa a 50% del valor original, inclusive menos. La producción confirma que puso a la venta 38.000 entradas y que asistieron unas 25.000 personas. Por ejemplo, Lady Gaga se presenta en el Staples Center, en Los Ángeles, Estados Unidos, en el mes de enero. El lugar tiene capacidad para conciertos de 20.000 personas y la entrada más cara del evento, a nivel de piso y más cerca de la tarima, tiene un costo de $193,15, ya con impuestos ( ¢97.585 aproximadamente, al tipo de cambio ¢505.23 por dólar). La entrada equivalente a esa en el concierto del sábado anterior en San José fue de ¢102.000. Entonces, ¿por qué en un aforo para 20.000 personas la entrada tiene un costo menor que en Costa Rica, en un estadio del doble de capacidad? Ya lo decía mi abuela topa: “¡el que mucho abarca, poco aprieta!”
Ahora, los productores que trajeron a Gaga están valorando si en el futuro debieran concentrarse en traer artistas de menor nivel. Y sí, tal vez sea una buena idea eso de usar ropa a la medida.
En las transmisiones en vivo del colapso del puente bailey en la General Cañas, los periodistas Greivin Moya, de canal 7, y Germán Salas, de canal 6, dieron una muestra de cómo se entrevista a un funcionario con prepotencia, soberbia y altanería. Además, de que nunca lo dejaron contestar a las preguntas que formularon en más de una ocasión. Señores, ¿dónde quedó la mesura y el equilibrio?, ¿todo eso se olvidó por ganar rating ?
¿Qué les pasa a los publicistas y sus ideas? Ojo a estas dos joyitas que estamos viendo a cada rato en la tele: el anuncio machista en el que el hombre se queja de tener que ayudarle a lavar los platos a su esposa; para colmo, trata de “vengarse” de ella tratando de dañarle su “sartén favorito”, o sea como de Paco y Lola . Y para que vean que la cosa esta mal para ambos lados, el otro es de una mujer que quiere que su marido sea guapo y doctor, y se ve donde la foto del “mae” con el que se casó se convierte en tremendo galán; es decir, ¿los demás hombres, esos que son gorditos o con otras profesiones no tan económicamente ilustres, son unos perdedores? Nada menos que dos odas al machismo y a la superficialidad.
La semana antepasada, Viviana Calderón estaba transmitiendo, en 7 Estrellas , un especial sobre autos grabado en Sao Paulo, Brasil, y dijo: “¡Me encuentro en la mismísima pista donde se corre la última fecha de Fórmula Uno...!”; hasta ahí todo bien y agregó: “donde compiten Hamilton, Schumacher.... y ¡MONTOYA!!!”, ¿CÓMOOOO? ¡Juan Pablo Montoya no corre en la F-1 desde el 2006! ¡Ay Vivianita! Una repasadita rápida de datos actuales nunca está de más antes de hacer una nota.
En ‘Oro y Grana’, el programa deportivo de Miguel Cortés, escuchamos el otro día a Jacques Sagot hablar con mucha propiedad sobre futbol. Sí, hablamos del mismo Sagot pianista, escritor y embajador cultural de nuestro país ante la Unesco.
Tal parece que no es la primera vez que va de invitado y, en esta última ocasión, sentó cátedra sobre el papel de los entrenadores y el prisma que se debe utilizar para comparar a connotadas estrellas del balompié como Lionel Messi, Pelé, Ronaldo, entre otros.
La claridad de sus ideas y la forma de exponerlas nos dejó un buen sabor de boca; en definitiva, Sagot se convirtió en un contertulio que aportó gran calidad al muy gustado espacio radial. Con decirles que hasta giró una formal invitación al equipo de Oro y grana para que fueran a Francia, en donde él se encargaría de coordinar la emisión del espacio desde emblemáticos cafés y restaurantes de la ciudad parisina. ¡Qué tupé!
En un tenebroso espacio televisivo de cuyo nombre no me quiero acordar, un par de envidiosas damas se dedicaron a criticar el vestido que usó la polifacética Natalia Monge en su presentación como alumna destacada de la Academia Éditus. El traje usado por la bella y simpática imitadora (y ahora también cantante) fue confeccionado por el talentoso diseñador Edwin Ramírez y a nosotros nos pareció esplendoroso. Ella lucía realmente hermosa y la indumentaria cumplió a cabalidad con el objetivo de resaltar su presencia en el escenario. Saladas las envidiosas.
Por cierto, ese mismo día, en ese mismo espacio, casi nos da un patatús cuando vimos el traje, literalmente de espanto, que llevaba puesto uno de los presentadores, aquello parecía un cruce entre Muppet y Teletubbie, babero incluido. Si lo que buscaba el muchacho en mención era asustar a la teleaudiencia en el día de Halloween, lo felicitamos porque mayor espanto no vimos en toda la noche.