El ambiente en la Sala Regia en el Vaticano era de gran expectación. Ciento ochenta jefes de misión de países de los cinco continentes con los que la Santa Sede tiene relaciones diplomáticas, esperábamos impacientes nuestro primer encuentro con el papa Francisco. Las luces de la sala tomaron mayor intensidad para anunciar el arribo del nuevo Papa. Justo a las 11:00 a. m., hora de la cita, el Santo Padre ingresó a la sala. Todo de blanco sin más ornamentos, cruz de hierro simple y zapatos negros que claramente han pisado varias veces las calles de Buenos Aires, el papa Francisco recibió de inmediato el aplauso de los presentes.
Luego, sin dar muchos rodeos, el Santo Padre nos dirigió su mensaje. En forma directa, sencilla y breve (en menos de 10 minutos) el Papa explicó el porqué de la escogencia de su nombre inspirándose en el legado del humilde Santo de Asís; y definió las principales líneas de trabajo que asumirá al frente del ministerio de Pedro.
Lucha contra la pobreza. En primer lugar planteó la lucha contra la pobreza. Habló, ciertamente, de pobreza material, de incrementar la atención que la Iglesia ya da a los más necesitados, enfermos, marginados, débiles y olvidados en todo el mundo. Sin embargo, también subrayó la lucha contra la “pobreza espiritual”, mal que afecta especialmente a las naciones más ricas. Se trata de la enfermedad del egoísmo o lo que el papa emérito Benedicto XVI llamó “la dictadura del relativismo”, la misma “que deja a cada cual como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres”.
Con esto introdujo el segundo punto: la construcción de la paz. Planteó al egoísmo como enemigo de las relaciones humanas pues, en sus palabras, “no puede haber verdadera paz' si cada uno pretende reclamar siempre y solo su propio derecho, sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás...”. Para superarlo, el Papa resalta y ofrece su título como “pontífice” y nos propone y pide como representantes de 180 distintas naciones del mundo la construcción de puentes, el diálogo constante y el acercamiento abierto y sin preconcepciones entre países, culturas y religiones (o no creyentes); en fin, entre los hombres. En este sentido el Papa rescató tanto la dimensión espiritual como la social que subyacen a la construcción de la paz. “No se pueden construir puentes entre los hombres olvidándose de Dios”; pero igualmente, “no se pueden vivir auténticas relaciones con Dios ignorando a los demás”.
Amar a nuestra Tierra. El Papa terminó su alocución indicando que este camino de lucha contra la pobreza material y espiritual, y de construcción de puentes para propiciar la paz, será un camino “muy difícil si no aprendemos a amar cada vez más a nuestra Tierra”. Así, el legado espiritual de Francisco de Asís donde resaltan la solidaridad, la paz, y el amor y respeto por la creación y la salvaguardia del medio ambiente, fueron planteados como los puntos de referencia del pontificado del papa Francisco.
Estaba yo aún pensando en cuanta semejanza había entre las prioridades que acababa de plantear el Santo Padre para su ministerio y los valores centrales sobre los que se ha construido la sociedad costarricense, cuando me llamaron a hacer fila para saludar personalmente al Papa. Debo admitir que en ese momento la razón cedió ante la emoción. Era poco tiempo el que tendría, 10 o 15 segundos al máximo según el promedio que tardaron quienes me antecedieron. Al fin le tocó al embajador de Hungría, quien me precedía en la fila. Él terminó rápidamente, y así me encontré por primera vez personalmente con el papa Francisco.
Que oren por mí. “Santo Padre muchas gracias por su testimonio de humildad y sencillez”, le dije. “Gracias, gracias, por favor orá mucho por mí”, me contestó hablándome de “vos”. “Claro que sí, Santo Padre, yo le pido que no deje de orar por nuestro país. En Costa Rica estamos muy felices por su elección'”. El Papa me interrumpió y me dijo: “decile a todos en Costa Rica que oren por mí”. “Lo haré Santo Padre, pero sepa que mucha gente ya está orando por usted, pero además que allá lo estamos esperando”. El Papa respondió con una gran sonrisa y yo continué hablando. “Además, quisiera pedirle su oración por mi familia. Mi esposa Milagro no me acompaña hoy porque está en Costa Rica con mis hijos, pues el niño se está recuperando de una enfermedad”. “¿Es pequeñito?”, me consultó el Papa. “Sí, Santo Padre, tiene solo 5 años”, contesté yo y, al ver la sincera preocupación en su rostro, le pregunté: “¿quiere ver a mis hijos?”; “¡claro que sí!”, me contestó el Papa.
Así las cosas, como hago cuando me encuentro a un viejo amigo, le enseñé la foto de mi familia. El Papa los bendijo y luego posó su mano sobre la foto, elevó su mirada al cielo y oró por ellos. Inmediatamente después me tomó la cabeza y me bendijo haciendo la señal de la cruz en mi frente. Claramente conmovido por lo que acaba de vivir, apenas pude reaccionar para despedirme. Sin embargo, cuando intenté hacerlo, el Papa me tomó ambas manos y me dijo tres veces con voz serena y cargado de humildad: “ahora vos tenés que orar por mí”. “Lo haré siempre, Santo Padre, y sepa que su petición de oración llegará a Costa Rica”. Así, habiendo asumido el compromiso, emocionado y aturdido, me despedí del Papa.
Consultado por la prensa sobre lo que había sucedido en lo que, según ellos, fueron 42 segundos de diálogo con el Sumo Pontífice, comenté la extraordinaria experiencia que viví. Les dije que le hablé como lo hago con los sacerdotes en Costa Rica; que más que un diálogo entre un embajador y un jefe de Estado, fue una conversación entre un costarricense y el “párroco del mundo”.
Ciertamente el camino y las prioridades que se ha planteado el papa Francisco para su ministerio no son sencillas. Él sabe que para ser exitoso necesitará ayuda tanto divina como humana, pero no teme en pedirla. En este sentido, con lo que los medios de comunicación han llamado “la revolución de los gestos”, el mundo parece haber aceptado bien su llamado.
No sé que pasó en su conversación con mis demás colegas, pero todos salimos de la Sala Regia del Vaticano con una sonrisa en los labios. El Papa pastor, el “párroco del mundo”, ha comenzado a caminar firme, movido por el poder de la humildad.