El único defecto de los cuáqueros fue Richard Nixon. Parece mentira que él haya sido cuáquero, pero, hablando de Richard Nixon, la verdad es que todo parece mentira. A fin de cuentas, la única semejanza que hubo entre ellos fue que los cuáqueros parecen de los ángeles, y Richard Nixon nació en California.
Para demasiadas personas, el amor al prójimo es un mandamiento tan antiguo que ya debería salir de vacaciones. Los cuáqueros son muy distintos, y en su contrato con Dios no hay letra menuda: aman al prójimo, tratan a todos por igual, son pacifistas, no veneran a los poderosos, no ansían el poder político y dicen la verdad (o sea, no ansían el poder político).
Cuando el rey Enrique VIII de Inglaterra se dedicó al divorcio, su palacio terminó siendo una casa de novias, y el mapa de su país, la partida de nacimiento de muchas iglesias. Una de ellas fue la Sociedad Religiosa de los Amigos, a los que se llamó quakers (temblorosos) porque vibraban de recogimiento.
El ironista Voltaire se burló de esa fe, tan simple, pero admiró la obra de filantropía que los cuáqueros habían instaurado en la colonia de Pennsylvania (Selva de Penn) y en la ciudad de Philadelphia (Amor al Hermano), donde William Penn, Asís sin sotana, había creado “un gobierno sin sacerdotes en un pueblo sin armas de vecinos sin envidias” ( Cartas filosóficas , I-IV). Los cuáqueros “inventaron” los derechos humanos cuando el Iluminismo aún no se había encendido.
En 1688, los cuáqueros fueron los primeros colonos que repudiaron la esclavitud: “El que sean negros no da derecho a esclavizarlos” (Eli Ginzberg: El negro y la democracia norteamericana , III).
Hermandad poética de la ciencia y la filantropía fue la vida del ferviente cuáquero Warder Clyde Allee (1885-1955), biólogo y primer ecologista estadounidense. Allee intentó demostrar que todas las especies animales sienten un impulso de altruismo que supera a la tentación del propio genocidio.
Allee creyó que educar para la paz era educar juntos a niños de diversas razas y de varias naciones.
La biología actual ha precisado mejor los impulsos: preferimos cuidar a nuestros parientes cercanos.
La tarea del humanismo no es biológica, sino cultural: extender nuestro trato familiar a toda la especie humana, como nos enseñó George Fox, el primer cuáquero, cuando fue encarcelado y torturado porque trató de “tú” a un juez enfermo de poder y de soberbia.