Cuando en la Unión Europea (UE) surgió la idea de constituir una unión monetaria, con el euro como moneda común, una de las condiciones para admitir países a tal club, fue que su nivel de endeudamiento público no sobrepasara el 60% del valor anual de su producción de bienes y servicios (PIB).
Esto lo acordaron en el famoso Tratado de Maastricht. Hoy ese 60% lo superan muchos miembros de la eurozona, entre ellos Italia, Irlanda, Portugal y, notablemente, Grecia. (También, a este lado del Atlántico, los Estados Unidos y, allende el océano Pacífico, Japón).
En un escrito del año 2010, hoy famoso entre los estudiosos de la economía política, dos profesores de la Universidad de Harvard –Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (RR)– analizaron la experiencia de muchos países durante muchos años y encontraron algo que se parecía a una “ley” inmutable: que niveles de endeudamiento público hasta el 90% del producto interno bruto (PIB) no tenían mayor efecto sobre el crecimiento económico, pero que de ahí en adelante estaban acompañados de una baja sustancial de este.
El hallazgo tenía un importante contenido político, pues les decía a los gobernantes de turno: o adoptan medidas de austeridad que controlen los déficits y el endeudamiento públicos, o acepten que las economías se estanquen.
El escrito de RR despertó el interés de otros investigadores, quienes revisaron al detalle la metodología utilizada y encontraron que la conclusión en general es que el alto endeudamiento y al bajo crecimiento andan de la mano, pero tal vez no tan fuertemente como lo expusieron RR. O sea, no se trata de nada como una ley inmutable.
El tema analizado por RR lleva a varias reflexiones. La primera es que ellos no afirmaron que opera una “causalidad” entre el endeudamiento y crecimiento económico. Lo que dicen es que se les suele observar juntos, como si fueran parejas de enamorados en sitios oscuros. La razón puede ser que el bajo crecimiento contribuye a elevar naturalmente la relación de endeudamiento, pues el PIB aparece en el denominador.
También podría suceder que el alto endeudamiento está acompañado de mayor riesgo de no pago, mayor carga de intereses (porque el saldo de la deuda es mayor y porque es más cara), lo cual –en la estructura de gasto público de los países– estruja otros renglones de gasto, como podrían ser educación, salud, seguridad e infraestructura, que favorecen la actividad económica.
En lo que respecta a países como Costa Rica, y los del resto de Centroamérica, la relación de corte no es el 60%, como lo fue en Maastricht, sino del 40%, como lo han demostrado investigadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (por ej., el venezolano Ricardo Hausmann, quien fue su chief economist ).
La razón es que en nuestros países la presión tributaria es inferior a la de los países de la OCDE y por tanto resulta aquí más difícil enfrentar, con ajustes fiscales, shocks externos que tenga un impacto del 2 o 3% del PIB.
En lo que sí parece haber acuerdo pleno es que el alto endeudamiento público es lesivo al interés nacional. Y lo que observamos en Costa Rica es que esa razón ha crecido significativamente en los últimos años y pareciera que, como caballo desbocado, seguirá haciéndolo en el futuro previsible.