Dedicar la vida a investigar y educar es tarea de auténticos maestros. De aquellos a quienes su vocación de servicio les conduce a consagrar su vida a los demás, a compartir su saber con aquellos que lo buscan o lo reciben, desde cualquier posición que desempeñen, dentro o fuera de aulas formales.
Hay quienes trascienden esas tareas al agregarles imaginación, curiosidad, talento, audacia, perseverancia. Cuando hace ya varias décadas los académicos e investigadores doctores Rodrigo Gámez y Alfio Piva concibieron la creación de un Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio) y convencieron de su proyecto a instituciones públicas y personas amigas de nuestras inmensas riquezas naturales, abrieron inéditos ámbitos al estudio, la investigación y el potencial uso sostenible de nuestra biodiversidad.
Una obra invaluable. La estructura de la nueva entidad que estaría a cargo de semejante tarea fue diseñada como una organización de la sociedad civil, pero con la participación y estrecha colaboración de diversas instituciones públicas (ministerios y universidades). El interés público que representa nuestra extraordinaria naturaleza así lo demandaba y permitía. Fue una solución inteligente dentro del marco legal aplicable.
Para quienes hemos ocupado la cartera de Ambiente y Energía en los distintos gobiernos que siguieron a la creación del INBio, contar con la colaboración, asesoría, consejos y apoyo del Instituto ha sido y sigue siendo invaluable. Fijar políticas nacionales, diseñar programas, tomar decisiones, todo en el marco de las muy complejas tareas y responsabilidades confiadas a ese ministerio, no sería posible sin contar con la ya muy rica experiencia acumulada a través de los años por el INBio en todas las áreas de su quehacer.
Uno de los instrumentos internacionales de mayor trascendencia que Costa Rica apoyó y promovió en 1992 fue el Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, que manda a los países conservar la biodiversidad, autoriza y recomienda su utilización sostenible y prevé el justo acceso y la distribución equitativa de ese desarrollo sostenible. Cumplir esos objetivos es –debería serlo siempre– responsabilidad ineludible del Estado y todas las instituciones públicas, incluidas las de educación.
Ayuda nacional e internacional. Sabemos, empero, de las limitaciones de todo tipo que caracterizan a la función pública, sometida a estrechos marcos legales y presupuestarios. Para trascender esos límites debe buscarse el concurso de instituciones nacionales e internacionales que, en coordinación con el Gobierno, contribuyan sustancialmente en el cumplimiento de las metas fijadas en las leyes y tratados. En Costa Rica, el INBio ha sido pionero y buque insignia para atraer hacia nuestro país la cooperación internacional que tanto necesitamos. Su prestigio le hizo acreedor en 1995 de un reconocimiento internacional de la envergadura del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, que otorga España únicamente a los mejores del mundo en diversas disciplinas. Ese galardón le fue concedido al INBio por sus extraordinarios aportes a la ciencia y la educación.
Conocimiento desde la infancia. Para cuando desempeñé la cartera de Ambiente (1998-2002), el INBio ya era una organización muy consolidada y prestigiosa, cuyos programas de educación (que llaman bioalfabetización) llegaban a niñas y niños de muchísimas escuelas públicas del país. Ese poner a disposición desde la infancia el conocimiento de nuestra biodiversidad y enseñar la importancia crucial de cuidarla con esmero, era y sigue siendo claramente la piedra fundacional de una nueva sociedad costarricense. Los libros maravillosamente editados por la Editorial INBio han sido un complemento único para difundir las investigaciones que prestigiosos científicos nacionales e internacionales han hecho de nuestra biodiversidad. Un aporte más del Instituto a la divulgación amplia del saber científico que de esa manera enriquece bibliotecas, aulas, programas educativos e investigaciones.
Inclusión de las mujeres. Desde el inicio mismo de mis labores de ministra busqué y encontré el generoso y rico apoyo del INBio para darle renovado impulso a los programas existentes, en particular al Sistema Nacional de Áreas de Conservación, así como para avanzar hacia nuevos retos. Uno de ellos era la inclusión de las mujeres como uno de los ejes centrales del desarrollo sostenible.
Mis ancestros y raíces de puntarenense siempre en activo me llevaron a plantearles a don Rodrigo y don Alfio la necesidad de que complementáramos todo lo hecho por el INBio hasta entonces en educación, investigación, bioprospección y demás áreas de su quehacer con nuestros también riquísimos y esenciales recursos marinos. Nuestros océanos, empezando por el Pacífico y su extraordinaria Isla del Coco, debían ser incorporados de lleno al proyecto nacional de ser un país bioalfabetizado y ejemplo mundial de un desarrollo sostenible equitativo. Tendríamos que tener un parque marino que fuera la réplica del INBioparque y donde no solo se exhibiera sino se estudiara, investigara y aprovechara en esquemas sostenibles nuestra diversidad marina. Ambos acogieron la idea con enorme entusiasmo pues bien sabían de la necesidad de salirnos de la tierra e ir hacia el mar, hacia los seres humanos cuyo destino se liga indisolublemente al océano.
Un compromiso nacional. La idea original empezó a crecer. El INBio se comprometió de lleno y el Dr. Piva aportó tiempo y esfuerzos sin límites para que nuestro Parque Marino del Pacífico fuera haciéndose realidad. Juntos tocamos muchas puertas que también se abrieron generosamente. La Universidad Nacional se hizo presente desde las primeras horas con personal y recursos de todo tipo. Fue un extraordinario trabajo de equipo que contó con muchas instituciones públicas (INA, IMAS, Incofer, Incopesca, ICE, diputados, munícipes, Colegio Universitario de Puntarenas y muchas otras), sin faltar organizaciones de la sociedad civil de Puntarenas y de la empresa privada. También tuvimos apoyo internacional, para lo cual saber que el INBio estaba entre los promotores de la idea era toda una garantía. El compromiso personal de jerarcas de las instituciones, de funcionarios de todos los niveles, de profesores, de las mujeres y hombres de Puntarenas, fue impresionante.
Los recursos marinos. Finalmente, el más ambicioso proyecto de desarrollo humano sostenible a partir de los recursos marinos de nuestro país se inauguró en Puntarenas en abril de 2002. Fue un inolvidable momento de inmenso orgullo para todas y todos quienes lo habíamos hecho posible. Los años que siguieron vieron naufragar el hermoso sueño por una irresponsable y absoluta falta de voluntad política de las autoridades públicas respectivas. Pero el INBio y la Universidad Nacional nunca lo han abandonado y hasta hoy siguen sosteniendo las bases, que se mantienen vivas y permiten pensar que en un futuro la idea volverá a crecer y el Parque Marino del Pacífico será de nuevo una realidad.
Horas difíciles. Ahora el INBio vive horas difíciles. La cooperación internacional que por años sustentó el desarrollo de los programas ya no existe. La crisis económica que sigue sin resolverse en Europa y que ya amenaza a otras regiones del mundo –y a nuestro país– dejó en el aire a muchas organizaciones públicas y de la sociedad civil dedicadas a la preservación del medio ambiente, a la educación, a la investigación, al desarrollo sostenible. Los gobiernos, las universidades, las ONG de toda especialidad deben hacer enormes esfuerzos para continuar sin que se afecte el desarrollo humano, social y económico del cual depende toda sociedad moderna que se pretenda de derecho, justa y equitativa.
Tiempos de cambio. De exploración de opciones y de soluciones posibles e inteligentes. El esquema legal dentro del cual operó el INBio desde su fundación le permite buscar nuevas formas de colaboración con el Gobierno, con las universidades nacionales, con la sociedad civil y con otras entidades que se asocien con entusiasmo y generosidad al esfuerzo colectivo –pues nos compete a todos– de mantener lo hasta aquí logrado y seguir avanzando.
El INBio no es un ente estático, inerte, nunca lo fue, nunca lo será. Sus obras no son piezas de museo que se visitan para admirar la belleza inmortal que nos legaron artistas de otras épocas. Lo suyo es la vida, es el ejemplo de renovación que cada amanecer nos ofrece la maravillosa naturaleza de este país para que seamos cada día mejores y más justos. La renovación constante de las especies de aire, tierra y mar. Las aves, los insectos, los mamíferos, los peces y los corales, las plantas, los seres humanos, nosotras y nosotros. Si hoy día en Costa Rica sabemos mucho más acerca de cómo y por qué estudiar, investigar y usar racional y sustentablemente nuestra riquísima biodiversidad, lo debemos en mucho al INBio. Y ese es el inmenso legado de esta primera etapa de su desarrollo.