22/02/2011 Mas arriba de San Pedro de Turrubares se encuentra la comunidad de San Rafael de Turrubares, que revive la siembra de caf y tiene un beneficio propio y hacen caf de primera categora y muy artesanal, las siembras se encuentran en Piedra Blanca, Potenciana y a una altura de 1000 a 1400 metros de altura, y hay pequeas cosechas que ya estn compradas por extranjeros , y en el lugar se puede encontrar una vegetacin muy linda hacer caminatas hasta llegar a una catarata /Alonso Tenorio (Alonso Tenorio)
Sus rasgos de identidad se desangraban tras el adiós de cada uno de los emigrantes de San Rafael, Pital, el Caite y La Potenciana, cuatro caseríos del distrito de San Luis, del cantón de Turrubares, que se negaron a morir.
Ahora, la vida cotidiana en esas barriadas es apacible, digna y sencilla. Sus vecinos encontraron la fórmula para reafirmar sus raíces y aferrarse a estos pueblitos, ubicados entre los cerros Turrubares, Pelón, Potenciana y Piedra Blanca.
Para llegar a estos caseríos, se deben recorrer 21 kilómetros sobre un camino de lastre rodeado de una vegetación exuberante y multicolor, donde abundan las especies nativas como el guachipelín, el guitite, el cedro'
En esta travesía, el canto de los pajarillos, el chasquido de los pizotes, las ardillas, los venados y los monos, el ruido de las quebradas y el sonido del viento, se convierten en los únicos acompañantes para los lugareños.
Allí, enclavado en esas montañas turrubarenses, se levanta el microbeneficio de café Piedra Blanca, única fuente de empleo de la zona.
Alrededor de este, las familias decidieron organizarse, frenar la salida de su gente hacia otras ciudades y mejorar sus condiciones de vida en uno de los cantones más pobres de la provincia.
Abrumados por la pobreza, la falta de empleo, la economía de subsistencia y el éxodo de familias enteras hacia otras zonas del país, se organizaron, tocaron puertas y decidieron dedicar al cultivo del café los terrenos que tenían, tal y como lo hicieron sus antecesores, muchos –pero muchos– años atrás.
El amor a la tierra y a sus raíces fue tan fuerte que perseveraron sin doblegarse.
Encontraron el apoyo de instituciones estatales como el Instituto del Café, el Ministerio de Planificación y Política Económica con su programa PL-480, el Ministerio de Agricultura y Ganadería, el Instituto de Desarrollo Agrario (IDA), el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) y el Consejo Nacional de Producción (CNP).
Con su trabajo, constancia y terquedad moldearon el sueño que, años después, transformó la vida de las 50 familias. No fue tarea fácil, recuerda don Arnoldo Guerrero Espinoza, uno de los quijotes de esta osadía.
“Si se nos cerraba una puerta, tocábamos otra hasta alcanzar lo que queríamos”, recordó mientras miraba laborar afanosamente en las tareas de secado del café a sus compañeros John Mena Trejos, Minor Salas Alfaro, Leandro Trejos Guzmán y Keylor Chavarría.
“Hemos sido necios, pero teníamos que hacer algo; el pueblo se estaba quedando sin gente y lo logramos: algunas familias volvieron y el éxodo se detuvo.
“Soñamos con esto y, afortunadamente, la ayuda estatal nos permitió hacer el anhelo realidad; de lo contrario, estas comunidades hubieran desaparecido”, contó Arnoldo, quien afirma que allí logran sacar alrededor de unas 1.500 fanegas por cosecha. Las ganancias las reparten entre los productores.
Aunque reconocen que la producción todavía es pequeña si la comparan con la de otras zonas del país, los pobladores de este caserío creen que realmente el café de Turrubares es de muy buena calidad.
La brisa marina, la montaña, la altura y las buenas prácticas de manejo en las plantaciones y en el beneficio, son la receta perfecta para producir, según ellos, un muy buen café.
El proyecto lo han concebido por etapas. A estas alturas, ya tienen las instalaciones, el equipo, un fondo de comercialización facilitado por el IMAS, un carro y un teléfono celular.
El afán de la Asociación de Productores del Cerro de Turrubares (Aprocetu), grupo que se integró para impulsar el desarrollo local, es seguir creciendo para incluir el proceso de alistado y pelado.
Esta lucha se inició en el 2002. Ocho años después, los vecinos ven con entusiasmo el primer beneficio de café de la zona, cuyo producto ya se está exportando a algunos países de Europa.
“El café nos transformó la vida. Ahora vivimos más tranquilos y con un mejor nivel de vida”, manifestó Melvin Guerrero.
Prácticamente, todas las familias de San Rafael, El Caite, Pital y La Potenciana viven alrededor del grano de oro: las mujeres participan en la recolección y los hombres laboran en las plantaciones, a las cuales “chinean” a más no poder.
Está claro que siguen al pie de la letras las buenas prácticas de manejo que les han recomendado los expertos.
Cada una tiene, en promedio, una hectárea y media de cafetales. El grano lo recogen y lo llevan al beneficio de Piedra Blanca en lo que sea: moto, caballo, carro o hasta a pie.
“Nosotros le damos un trato especial al producto. Cuidamos todos los detalles tanto en las plantaciones como en el beneficio. No recibimos café fermentado ni verde, y lo tratamos como un verdadero grano de oro”, explicaron Melvin y Arnoldo.
Una de las satisfacciones más grandes de este grupo de vecinos es que se detuvo la emigración.
“Ahora hay entusiasmo, se renovaron las plantaciones y se está generando empleo, pues en el beneficio trabajan siete personas de forma permanente. Incluso, ya le abrieron la puerta a un vecino de Quebrada Azul.
“La vida ha mejorado: tenemos más medios de transporte y se nota el bienestar.
“Sería muy lindo ver el proyecto consolidado y realizar en Piedra Blanca todo el proceso. Debemos aspirar a más y generar más empleo, no solo para la gente de San Rafael, La Potenciana y el Caite, sino para la de otras comunidades como Quebrada Azul, San Francisco, San Pedro, San Pablo y Lagunas”.
Margarita Chavarría Carmona es una matrona de 50 años, madre de seis hijos; cuatro de ellos están dedicados en su totalidad a los cafetales.
“Me encanta estar en el cafetal; ahí libero el estrés”, confiesa, al tiempo que reconoce el orgullo de sacar adelante a la familia.
“No somos ricos, pero me produce una gran satisfacción saber que cada grano de arroz y frijoles que llega a las mesas se logró gracias a la lucha que dimos para afianzar este cultivo”, aseveró Arnoldo Guerrero.