Aún antes de sumergirnos en La brevedad del goce , el nuevo poemario de Rafael Ángel Herra, el título ya nos induce a un planteamiento existencial: nos conduce a reflexiones que tienen que ver con el hecho de ser.
Son reflexiones que se plasman en interrogantes definidas a través de la palabra en su dimensión poética y, aún más allá, en su dimensión filosófica: ¿qué es el goce?, ¿qué es la brevedad?, ¿qué es el tiempo?
El diccionario define el vocablo “goce” como el “placer, especialmente el sexual”. Algo nos induce a pensar –acaso la mera intuición– que, en el poemario, la acepción de “goce” tendrá nuevos alcances. Mirando otra vez el diccionario encontramos que “brevedad” es la “corta extensión o duración de una cosa, acción o suceso”. Estas definiciones no alcanzan porque habrá tantas percepciones de “lo breve” como seres humanos.
Entonces tenemos la certeza de que hallaremos en la voz poética un mundo conformado por significados profundos. Se nos dispara una alerta que nos lleva a iniciar la lectura con pasión.
En el epígrafe de Goethe (“Quédate, oh, instante, / eres tan bello”), se nos indica el recorrido que propondrá el poeta. El instante debe transformarse en permanencia para poder vivir a plenitud el goce desde su efímera presencia.
El poeta ofrece, como estructura del poemario, cinco apartados hilados por el tiempo. En el primero, la voz poética se estremece con la premonición del goce presentido, en poemas delicados que se hilvanan alrededor del tiempo, ya sea en su presencia –“solo queda tiempo / para el goce”–, pretendiendo su olvido –“olvidemos el tiempo, / que siempre muere”– o desde la subjetiva presencia de los sueños que acompañan al deseo –“aún no es tarde para soñar / con la noche llegará el deseo”. Así, se concluye luego con el ciclo del tiempo, constante, interminable, desde un día nuevo en el cual la memoria sea la portadora del goce: “el día vuelve a empezar / y encuentro el goce en la memoria.” Cerramos esta primera sección acompañando al poeta en el temblor que produce la espera.
El segundo apartado se abre con un bofetón que nos alerta. “Herejías del deseo” es su encabezado, y lleva un epígrafe retador: “Si Dios existiera / sería de carne / para gozarse”. El objeto del deseo es no ya lo presentido, sino realidad concreta llena de piel, frutal, en un jardín del Edén que a la vez es purgatorio. Nos plantea la dualidad que nos divide y conforma, y que constituye la presencia de un dios para nada ajeno a la urgencia del deseo.
En el tercer apartado, la voz del poeta se deleita en la presente ausencia del amor. Tiembla ante la premonición del goce –“Cruzo el reino sin aliento / abrasándome la piel”– y ante la soledad –“me has dicho que estás al otro lado de las horas” –, en un lenguaje que se nutre de lo clásico y transita hacia lo contemporáneo.
El cuarto apartado se colma con la presencia del ser amado, en la dicotomía de lo real y lo soñado, de lo presentido y lo vivido. Se salpica con el objeto del deseo que se encarna en un juego de preguntas, algunas sin respuesta: “¿Es hoy cuando me miras / o fue ayer? / ¿Es verdad ese rostro / o lo estoy dibujando? / ¿Te resplandece la piel / o es otra ficción del mediodía?”. Son preguntas enredadas en un tiempo esquivo, que marca los poemas con un ritmo de relojes constantes.
El poemario se cierra con una oración en un crescendo hacia la exaltación del deseo, del placer, del gozo, como bien lo establece su título, “ ”Ruega por los gozos” . Se asume el sentido de la culpa que proporciona la dimensión del placer, y simultáneamente se lo exculpa. Se asoma el mito del paraíso perdido y la posibilidad de regresar a él a partir de “el perdón de los deseos”.
Martin Heidegger declara que “la poesía es la fundación del ser por la palabra. Poéticamente hace el hombre su habitación en la tierra”. Rafael Ángel Herra se asienta en los territorios de la poesía, pero trasciende esta dimensión. Permea su propuesta con una aproximación filosófica a los temas del tiempo y el gozo, para habitarse y habitar en la tierra fundamentándose en ambas dimensiones.