El ameno Sir James George Frazer cuenta que, “lejos de restringir su adoración a los perros y gatos, los antiguos egipcios la extendieron al hombre” ( La rama dorada , cap. IV). Bastaría ese último culto para acusar a los egipcios de perder el tiempo, mas sería injusto hacerlo pues, si algo les sobraba, era precisamente el tiempo ya que, para llegar al presente, a los antiguos egipcios aún les faltaba cruzar las edades Antigua, Media y Contempo-ránea, por lo menos.
Los egipcios lo sabían porque el tiempo les pasaba al revés, con los años negativos, según escriben nuestros libros de historia, que para eso están y saben lo que hacen.
Además, solamente quienes están sobrados de tiempo levantan pirámides para que duren cuatro mil años. En cambio, cuando uno vive solo para hoy, construye trochas que se caen al día siguiente.
Así pues, dejemos ya esa mala costumbre de criticar siempre a los antiguos egipcios, porque todo se paga.
El doctor Frazer recuerda que la antigua India también era dada a convertir hombres en dioses. Según Sir James, no hace mucho, en el pueblo de Nilgiri había un lechero considerado dios por sus vecinos. Él “daba oráculos a las demás personas”, los que obviamente acertaban pues –suponemos– nadie deseaba quedarse sin leche.
Es curiosa la presencia de la leche y de su autora, la vaca, en la historia de la India, donde es un delito matarla. Para el antropólogo Marvin Harris ( Bueno para comer, cap. III), tal carácter sacratísimo se debe al hecho de que los cebúes aran la tierra y alimentan con leche, sobre todo a los más pobres. Así, es peor comerse a los cebúes que hacerlos trabajar; y, como sabemos, quien trabaja por nosotros es sagrado.
Una posterior mezcla de razones prácticas con pacifismo budista terminó idealizando a las vacas como animales sagrados, que conducen al alma al paraíso póstumo.
Como se sabe –y esto es algo que intriga aún a los científicos–, la leche es uno de los dos ingredientes del café con leche, cuyo invento se pierde en el pasado: algo así como en las 6 p. m. de la noche de los tiempos.
Quien inventó el café con leche anduvo cerca del atomismo físico pues los cambios del color de la mixtura de la leche y el café sugieren que se mezclan partículas blancas y obscuras: átomos.
Un experimento similar ejecutó el griego Anaxágoras en la misma época en la que existían atomistas físicos en la India (siglo V a. C.), según narra Aristóteles ( Física VI).
En aquel tiempo, las doctrinas indias Nyaya y Vaiseshika ya postulaban la existencia de los átomos.
Días atrás, se ha recordado a otro atomista indio, el físico Satyendra Nath Bose († 1974), a raíz de la búsqueda del bosón, partícula llamada así en honor de él.
No solo los griegos, los europeos y los americanos cursamos los caminos de la ciencia. Siempre hubo algún colega de otros rumbos, antiguo y remoto, que anduvo a nuestro lado. La culpa es nuestra si no lo vimos.