Al caminar por las oficinas principales del Banco Central de Paraguay, una estructura extensa, de siete pisos queda claro el mensaje: los funcionarios exhiben orgullosamente las tablas que muestran el vertiginoso auge económico, con un crecimiento que alcanzó 13% este año, con lo cual fue el país de crecimiento más rápido en América.
Sin embargo, una mañana reciente, a tan solo unos minutos en coche, abuelas caminaban torpemente entre aguas negras en la barriada laberíntica de La Chacarita, rebuscando alambre de cobre y latas de aluminio para venderlas en chatarreras.
“Cuénteme de este crecimiento”, dijo Cecilia Aguirre, de 60 años, sujetando una bolsa de plástico con lo recolectado en el día, con un valor de cerca de cuatro dólares. Al preguntarle sobre la robusta economía, agregó: “Nunca había oído semejante cosa en mi vida”.
En efecto, el auge económico en Paraguay, impulsado por abundantes cosechas de materias primas para exportar, como frijol de soya y maíz, existe solo en bolsones. En partes de Asunción, se agotan los Porsche y Audis de las distribuidoras, y las grúas colocan los toques finales en lujosas torres.
No obstante, gran parte del país, que de tiempo atrás figura entre los más pobres y más desiguales de Sudamérica, se quedó rezagado. Más del 30% de la población vive en pobreza, según el Banco Central.
El gasto social en proyectos para combatir la pobreza es mínimo, en gran medida porque se carece de impuestos. Paraguay ni siquiera tenía impuesto sobre la renta hasta este año, y aun cuando la taza generalizada es baja, de 10%, se espera que sean pocas las personas que lo paguen, ya que abundan las exenciones y los tecnicismos. El resultado: el auge económico podría estar acentuando la desigualdad en uno de los países más políticamente inestables de América Latina.
“Casi todo el crecimiento está impulsado por la agricultura mecanizada, que genera pocos empleos para la población”, dijo Andrew Nickson, un experto en políticas de desarrollo en Paraguay, en la Universidad de Birmingham en Gran Bretaña.
Cerca del 77% de la tierra cultivable está controlada por 1% uno de los terratenientes del país, según el censo agropecuario más reciente. Activistas dicen que funcionarios corruptos distribuyeron ilegalmente grandes trechos durante décadas, por lo que muchos títulos de propiedad son cuestionables. En un enfrentamiento sangriento en junio, murieron 11 campesinos y seis policías en una plantación de frijol de soya en Curuguaty, en el este de Paraguay.
Legisladores aprovecharon ese incidente para destituir a Fernando Lugo, el ex obispo católico a quien eligieron presidente en 2008, con lo que terminaron seis décadas de un régimen unipartidista. Se esperaba que Lugo se centrara en reducir la desigualdad, pero enfrentó obstáculos al hacerlo.
El nuevo presidente de Paraguay es uno de los hombres más ricos del país, el magnate tabacalero Horacio Cartes, a quien se eligió en abril, después de promover políticas conservadoras, amigables con las empresas, durante su campaña. Reconoció que la pobreza es un problema, pero ha sido vago en cuanto a planes para reducirla.
Los economistas del Gobierno siguen optimistas sobre el crecimiento y argumentan que Paraguay surge a la economía mundial tras décadas de ostracismo.
Paraguay vendió $500 millones en bonos en enero en los mercados internacionales, una extraña fuente de financiamiento para un país ignorado por muchos banqueros internacionales durante décadas. La inflación y el desempleo siguen siendo bajos, de menos de 2% y menos de 6%, respectivamente.
“Sí tenemos un problema campesino de cuando en cuando. Pero hay menos tensión que hace 10 años”, dijo Roland Horst, un miembro del consejo de administración del Banco Central.
No obstante, otros economistas ponen en duda tales evaluaciones alegres y argumentan que la economía sigue estando sujeta a amplias oscilaciones, y que este año aumentó gracias, en parte, al clima favorable para ciertos cultivos.
También sostienen que los programas de bienestar social en siguen siendo exiguos en comparación con los de países vecinos, que han sacada a decenas de millones de personas de la pobreza. Responsabilizan al Estado, relativamente débil, de Paraguay, cuya recaudación fiscal corresponde sólo a cerca de 18 por ciento del producto interno bruto.