Cuando la Gran Depresión golpeó, muchas personas influyentes argumentaron que el Gobierno de los Estados Unidos no debía siquiera tratar de limitar el daño. De acuerdo con Herbert Hoover, Andrew Mellon, su secretario del Tesoro, lo instó a “Liquidar la fuerza laboral, liquidar las acciones, liquidar a los finqueros' eso va a purgar del sistema lo que está podrido”. No trate de apurar la recuperación, advirtió el famoso economista Joseph Schumpeter, porque “el estímulo artificial deja sin hacer parte del trabajo de las depresiones”.
Igual que muchos economistas, yo solía citar a estas luminarias del pasado con cierta petulancia. Después de todo, la moderna macroeconomía había mostrado lo equivocado que ellos estaban y no repetiríamos los errores de la década de 1930, ¿no es cierto?
¡Cuán ingenuos éramos! Resulta que la urgencia por purgar –la urgencia por ver la depresión como un castigo necesario y hasta de cierta forma deseable por pecados del pasado, mientras se vituperaba contra cualquier intento por mitigar el sufrimiento– sigue tan fuerte como siempre. En verdad, los seguidores de Mellon están por todas partes en estos días. Encienda la CNBC o lea una página de opinión y las posibilidades son que no vea a nadie argumentando que el gobierno federal y la Reserva Federal están haciendo muy poco para combatir el desempleo masivo. En vez de eso, es muy probable que encuentre un supuesto experto despotricando respecto a los demonios de los déficits presupuestarios y la creación de dinero, y denunciando la economía keynesiana como la raíz de todos los males.
Ahora bien, el hecho es que estos despotricadores han estado equivocados respecto a todo, en cada etapa de la crisis, mientras los keynesianos han estado mayoritariamente en lo correcto. ¿Recuerdan cómo se suponía que los déficits federales provocaban el alza desorbitada de las tasas de interés? No se preocupen, después de cuatro años de tales advertencias, las tasas siguen en puntos bajos sin precedentes, justo como lo habían predicho los keynesianos. ¿Recuerdan cómo poner las impresoras [de billetes] a trabajar iba a causar inflación desenfrenada? Desde que la recesión empezó, la FED ha aumentado en más del triple el tamaño de su balance general, pero la inflación ha mantenido un promedio de menos del 2%.
Pero los “mellonitas” siguen apareciendo. El ejemplo más reciente es David Stockman, el primer director de presupuesto de Ronald Reagan, quien acaba de publicar una descomunal diatriba titulada La gran deformación .
Su libro no tiene mucho nuevo que decir. Aunque la disposición de Stockman para criticar a algunos republicanos y alabar a algunos demócratas le ha ganado reputación como iconoclasta, su análisis tiende en mucho a la liquidación común y corriente, con una fuerte vena del patrón oro. Hemos sido condenados al desastre, afirma, desde que Franklin Delano Roosevelt nos sacó del patrón oro e introdujo el seguro para los depósitos. Todo lo que se ha presentado desde entonces han sido “excesos” (su palabra favorita): excesos en gastos, excesos en consumo, excesos en deudas y, sobre todo, excesos en impresión de billetes. Si el desastre de algún modo se evitó durante más de 70 años, fue gracias a una serie de afortunados accidentes.
Por lo tanto, es más o menos lo usual. En particular, igual que muchos en su campo, Stockman falla en la comprensión del significado de deuda creciente. Sí, la deuda total en la economía de los Estados Unidos, combinadas la pública y la privada, ha aumentado de manera dramática en relación con el PIB. No, esto no significa que como nación haya estado viviendo más allá de los medios disponibles y que tenga que socarse drásticamente la faja. Al tiempo que ha aumentado significativamente la deuda extranjera (aunque no sea tan grande como algunos imaginan), el aumento en la deuda representa abrumadoramente a estadounidenses que toman prestado de otros estadounidenses, lo que en nada vuelve más pobre a la nación como un todo y no exige que los estadounidenses de manera colectiva gasten menos. De hecho, el mayor problema creado por toda esta deuda es que está manteniendo a la economía deprimida al provocar que colectivamente se gaste demasiado poco, con los deudores forzados a recortar mientras los acreedores no ven razón para gastar más.
Entonces, ¿qué deberían estar haciendo los estadounidenses? Por supuesto, restaurando el tipo de regulación financiera efectiva que, en los años antes de la revolución de Reagan, ayudó a desalentar el excesivo apalancamiento. Pero eso tiene que ver con evitar la próxima crisis. Para lidiar con la crisis que ya está presente, se necesita estímulo monetario y fiscal, para inducir a aquellos que no están muy profundamente endeudados a gastar más mientras los deudores están recortando.
Pero esa receta, por supuesto, es anatema para los “mellonitas”, quienes equivocadamente la ven como más de las mismas políticas que condujeron a la trampa presente. Y eso, a la vez, dice el motivo por el que el “liquidacionismo” es una doctrina tan destructiva: al convertir los problemas en un drama moralista de pecado y retribución, ayuda a condenar a una crisis económica más profunda y a la vez más prolongada.
La mala noticia es que el pecado vende. Aunque los mellonitas, como dije, han estado equivocados respecto a todo, la idea de la macroeconomía como un drama moralista tiene un atractivo visceral que es difícil de combatir. Disfrácela con un poquito de travestismo político y hasta los liberales pueden tragarse el anzuelo.
Pero no deberían hacer tal cosa. Mellon estaba totalmente equivocado en la década de 1930 y sus avatares están totalmente equivocados hoy. El desempleo, no la excesiva emisión de dinero, es lo que nos aqueja ahora y la política debería ser hacer más, no menos.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.