La crisis de los partidos de oposición es profunda y Liberación Nacional parece incapaz de paliarla, no importa cuantos errores cometan el gobierno y los precandidatos. Con el desgaste de dos administraciones seguidas, ambas objeto de polémica, los verdiblancos deberían estar frente a unos comicios donde su aspiración se limite al logro de una buena fracción parlamentaria. Como en otras ocasiones, el candidato debería estar resignado a dejar el campo abonado para la siguiente justa.
El PLN es el polo sobreviviente de la época del bipartidismo. En el 2002 entró en coma cuando el electorado se partió en tres. Fue necesario ir a una segunda ronda, ganada por la Unidad Socialcristiana con su último aliento. Solo la candidatura de la figura liberacionista más reconocida logró recuperar el poder en el 2006, con escaso margen electoral.
Cuatro años más tarde, con el desgaste de una polémica administración a cuestas, el PLN consiguió la reelección. La erosión de capital político suma ahora un cuatrienio adicional, pero la posibilidad de la tercera victoria consecutiva es muy real. Sería histórica e inusitada.
Lo primero porque ningún partido pudo lograrlo hasta ahora. Lo segundo porque nadie lo habría imaginado en el 2002, hace apenas seis años, cuando se pregonaba, con buenas razones, el agotamiento del PLN. También porque el agua pasada bajo el puente en ese lapso, lejos de mover los molinos de la agrupación, debió desgastar sus engranajes, aunque fuera por efecto natural del prolongado ejercicio del poder y la ventaja de la oposición en casi cualquier circunstancia: la natural simpatía por la alternancia y el cambio.
Si el PLN tiene posibilidades de revalidar su mandato, la explicación se halla en las falencias y errores de la oposición, especialmente del Partido Acción Ciudadana. Un sector de esa agrupación, empeñado en cambiarle el rumbo ideológico y forjar una alianza electoral entre partes muy desiguales, no ha tenido reparo en renunciar a elementos fundamentales de la plataforma política histórica, alejar a la dirigencia tradicional, diluir la identidad partidaria, insuflar vida a quienes deberían ser rivales y compartir con ellos sus infortunios.
Hoy, el PAC debería estar solo en el campo de la oposición, a juzgar por la suerte del resto, pero se ha convertido en uno más. Comenzó a forjar la confusión con su participación en la fallida alianza parlamentaria e insiste en profundizarla de cara al proceso electoral del 2014.
Al final, algún rumbo tomará el voto contrario al PLN. Sin embargo, es difícil creer en una derrota del oficialismo, no porque carezca de méritos para sufrirla, sino porque nadie ha sabido aprovecharlos.