Por las ventanas de esta casa inmensa, el sol mayor entra a cualquier hora del día. En este lugar, todo tiene dimensión de orquesta: el patio, los sillones, las ventanas, los umbrales... Será quizá porque aquí, el 30 de abril de 1938, nació Eduardo Lalo Rojas. Solo una casa enorme podía albergar tanta melodía.
“¿Parece ser esta la casa de un músico?”, nos pregunta Rojas al tiempo que acomoda un requinto que le impide sentarse en el sofá de la sala. Le respondemos que desde luego, pero no luce convencido.
Quizá por eso señala la bandolina pendiente de un atril, y dice que ese era el tipo de instrumento que interpretaba Ángela, su madre. “Mi mamá y mis tías formaron el primer trío femenino de Costa Rica”, recuerda.
No solo su casa aparenta ser la de un músico; también su paso discreto y sus ojos rutilantes, que miran fijos la bandolina. Al hablar, sus manos claras se agitan con insistencia, juguetean sobre el sofá y se detienen cuando encuentran el requinto, como pichones inquietos que logran dar con su madre.
Tres regalos. A Lalo Rojas, la música le llegó desde el cielo pues venía en avión. Cuando cursaba el último año de secundaria, su hermano viajó a México y regresó con una guitarra. “No sé por qué ni cómo la trajo porque éramos pobres”, recuerda. “Lo cierto es que esa guitarra cambió mi vida”, añade.
Sus padres no querían que fuese músico porque sabían que ese oficio corteja los excesos. “Es una profesión peligrosa, como la política: está llena de amigos falsos y enemigos de verdad”, expresa Lalo , con esa voz raspada que tanto se suaviza al cantar un bolero.
Todo eso sucedió cuando tenía 18 años, algo tarde para cruzar el puente de la guitarra. Sin embargo, esta impuntualidad del gozo no impidió que los dedos de Lalo alcanzaran la destreza necesaria para convertirse en uno de los mejores boleristas del país.
“El bolero lo tiene todo: poesía, ritmo, melodía, armonía y, lo más importante, es la música que permitió que la pareja se abrazara. Es un ritmo orgásmico, tan impactante que no han podido matarlo. No sé por qué, pero después de cumplir los 50, todo mundo termina escuchando boleros”, detalla.
Tras salir del colegio, Lalo Rojas ingresó en la Universidad de Costa Rica, donde estudió economía y filología, aunque no culminó ninguna de las dos carreras. “La música lo mató todo”, resume.
En las aulas, antes de intrigarse por soluciones keynesianas o por diccionarios etimológicos, Lalo pensaba en las melodías de Los Panchos, de Agustín Lara y de la Sonora Matancera. Precisamente, fue en la universidad donde formó su primer trío: Los Universitarios.
Dice Lalo: “Cuando se es joven, uno pierde todos los temores, y es bueno que esto suceda porque de otro modo no habrían existido ni Agustín Lara ni Manzanero ni Beethoven”. Desde luego que habrían existido, pero, para Rojas, solo existe quien trasciende.
En esos años sin televisión, la única manera en que un músico fuese conocido más allá de su iglesia era asistir a los programas de radio. Las primeras apariciones de Lalo ocurrieron en El Festival del Aire , programa conducido por José Luis Rápido Ortiz.
En programas como ese, Rojas empezó a crear su fama de novato con estofa. Así, en 1961, se integró al trío costarricense más famoso de la época: Alma de América.
Los golpes de la música. Después de muchos éxitos en el boxeo, Jesús Tuzo Portuguez andaba vendiendo helados en Panamá. Cierta noche, en el televisor de una cantina observó cómo un joven se aprestaba a tocar un bolero.
El presentador José Luis Rápido Ortiz le preguntó al músico a quién dedicaría su canción. Sin parecer muy seguro, el joven respondió: “A Tuzo Portuguez”.
Ese ha sido el único bolero que Eduardo Lalo Rojas ha dedicado en su vida, y no sabe muy bien por qué se lo ofreció al boxeador retirado. “Yo solo recordé que eso mismo había dicho una muchacha en un programa como ese”, detalla.
Años más tarde, Lalo casi había olvidado ese pasaje, pero, una noche, en el bar La Esmeralda, el recuerdo llegó junto con una botella de licor. Rojas estaba con Esther –su esposa– y el trío Los Josefinos. “El mesero nos dijo que la botella la enviaba Tuzo Portuguez desde una mesa cercana”, recuerda.
Para Lalo, eso de los bares es un acorde indeleble en la partitura de su vida. Mucho de noctívago tuvo en sus años mozos, tanto que llegó a abrir su propio bar, un poco extraño porque carecía de rótulo y la puerta siempre estaba cerrada.
El bar se llamaba Cossa Nostra y su estilo sui generis creó una fama que se extendió por lugares y gentes insospechados. Allí compartió largas noches con Ray Tico y formó el trío Los Millonarios, con el que grabó un disco con Julita Cortés.
Ese bar cumplía con la fórmula inexorable de los músicos de la época: aunque no fue un éxito económico, sí fue una satisfacción personal. Lalo recuerda: “Era una cueva muy romántica. Nada más imagínese: la mujer amada, el trago, el cigarrito y la música, que es viagra hecha arte”.
Cuenta todo eso porque le hemos pedido que narre algunas anécdotas, y, cuando inicia una, otra aparece, y luego otra y otra, como la siguiente.
Lalo Rojas fue profesor de guitarra de José María Figueres Olsen cuando este tenía 13 años. Un domingo, Lalo impartía su clase con premura porque debía ir al estadio a ver un partido entre Alajuelense y Barrio México.
Con tal de que se quedara un rato más, José María le regaló el talonario de entradas del palco presidencial, que para poco servía: don Pepe no era aficionado al futbol.
Lalo se dirigió al estadio y de allí casi lo condujeron a la cárcel. “Los guardas iban a llamar a la policía, pero un directivo de Barrio México me reconoció porque yo tocaba en el trío Alma de América. Le expliqué lo que me sucedía y me dejaron entrar, aunque a gradería de sombra”, rememora.
Aunque lo de Lalo son los boleros, no pudo decirle que no a aquella cosa acelerada que apareció con Elvis Presley. El ritmo del rock and roll era de escopeta y produjo una matazón de tríos en el país.
“Fue como un insecticida e hizo que empezara una nueva etapa de la música”, dice Lalo. Él estuvo, dice, en el primer grupo de rock and roll del país, que se llamaba The Hot Dog’s. El hombre que hacía de Elvis era Fabio Garnier, después presidente del Saprissa.
Para hacer rock en la Costa Rica de esos años, había un problema: solo existía una guitarra eléctrica, que estaba a la venta en la Librería Lehmann y era muy cara.
Sin embargo, Lalo y sus amigos actuaron con la presteza del hambriento que devora un perro caliente: “Logramos que nos la alquilaran a 5 colones. En las noches, tocábamos con ella y, al otro día, yo salía corriendo a la tienda antes de que abrieran para que la colocaran de nuevo en la ventana”, explica.
Gracias a la música, Lalo visitó –cual estrella de rock– Centroamérica, México, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Estados Unidos, Italia y Eslovenia.
A Italia fue cuando trabajaba en el programa de televisión Idiay , con el famoso William Paer (el psicólogo de los terremotos). “Fuimos a hacer una especie de documental. Nos poníamos a cantar en Venecia, en los mercados, en cualquier sitio”, detalla.
Diminuendo. Pocos pueden acercar tanto su vida al pentagrama con la osadía con que Lalo lo ha hecho. Gracias a la música conoció a Esther, su esposa, con quien lleva 40 años de casado. Con la música crio a sus hijos, Eduardo y Gilberto, que ahora también son músicos.
Cuando eran niños, sus hijos estudiaron en el programa de la Sinfónica Nacional, aunque ahora solo Eduardo se dedica por completo a ese oficio. Él fue estudiante destacado del Conservatorio de Puerto Rico y es uno de los saxofonistas más talentosos de nuestro país.
Sus hijos tuvieron lo que el padre siempre deseó: una formación rigurosa. “Además de eso, me hubiese gustado tener dos cosas: una mejor voz y un poquito más de seguridad. Soy un hombre muy inseguro, contrario a lo que la gente cree. Soy temeroso y tímido. Temí ser un personaje público porque para eso hay que ser medio farsante y yo no soy farsante”. Creámosle: no finge quien sabe cantar boleros.
¿Hay un bolero que se parezca a su vida? Nombra Viuda a los 20 años, de Miguel Ángel Robles, que habla de tres hermanos: un abogado, un ingeniero y un bohemio. De los tres, solo el bohemio triunfa. “Con la música se puede vivir bien y se puede dejar huella, aunque la billetera quede limpia”, sentencia Lalo, huella profunda.