Ramón Gómez de la Serna escribió biografías subjetivas; es decir, el tipo de biografía ajena que es más autobiografía del propio autor que del personaje, quien –el pobre– termina solo pasando por allí: por el libro, como por un zaguán de al lado.
Quizá por esa tendencia al imán de sí mismo, en la biografía que dedicó a Edgar Allan Poe, al ocurrente don Ramón no se le ocurrió mencionar a Monsieur Auguste Dupin, ocioso parisiense, meditador a domicilio y “primer Adán” (como dijo Borges de Flaubert) de la dinastía de detectives privados que habrían de poblar la literatura cual oleajes de gabanes en las noches.
Tal omisión es lamentable pues evitó que Gómez de la Serna disertara sobre un adversario de Dupin: el ministro D., el malo del cuento La carta robada .
El cuento es un ajedrez de ingenio que deberíamos jugar. En un pasaje, Poe describe a D. como “matemático y poeta”, condiciones que lo tornaban doblemente peligroso en los retos de la inteligencia.
No parece que ese dato haya despertado mucha atención entre los exegetas de Poe, y quizá se deba al prejuicio de creer que las artes y las ciencias son sistemas planetarios de galaxias que no se hablan.
No es imposible hallar un poeta o un artista que albergue curiosidad por las ciencias, mas encontrarlo es tan raro como oír a Gloria Estefan acertándole a las notas. Debido a esta regla de las excepciones, es simpático advertir, por ejemplo, el interés que Octavio Paz guardaba por las ciencias.
En su libro Sombra de obras (algo aliterante el título), Paz reseña un libro de Francis Crick (codescubridor del ADN) y otras obras de biología y de física ( vide el ensayo Inteligencias extraterrestres ).
Paz rechaza la hipótesis de que el origen de la vida se deba a gérmenes caídos del cielo, como candidatos presidenciales de última hora. Niega así que seamos tataranietos y choznos de bacterias venidas de otros mundos: actitud razonable, sobre todo si consideramos que en la Tierra hay gente por la que no debemos culpar a otros planetas.
En 1959, el físico Charles Percy Snow dictó una conferencia que todos hicieron famosa: Las dos culturas , que censuró el desencuentro de artes y ciencias, novedad que comenzó con la revolución industrial de fines del siglo XVIII. Recordemos que Newton se llamaba ‘filósofo natural’, y que el término scientist (científico) apareció hacia 1840.
A los artistas quizá los sorprenda saber que la biología halla patrones genéticos en las preferencias del arte; que el arte es inspiración, pero también una necesidad asentada en la evolución del Homo sapiens , como explica el filósofo Franklin Hernández Castro en su libro Estética artificial. Aprender ciencia es reencontrarse a sí mismo.