EscucharLa buena noticia es que la reencarnación existe; la mala noticia es que la reencarnación ya es esta. Si nuestra vida anterior es la preparación para la actual, parece que en la otra vida nos faltó tiempo. Aunque no creamos en la reencarnación, siempre será muy útil para la gente que deja todo para después.
Si nos portamos mal en esta vida, en la siguiente caeremos en la escala de las especies. Por ejemplo, como el rey del bolero, Javier Solís († 1966), pecó mucho, se reencarnó en Alejandro Fernández. He aquí la prueba absoluta de que los avatares pueden hundirnos en degradé .
La idea de que las especies cambian estaba en el aire de la Antiguedad, en el viento que llegaba de la India; sin embargo, tal idea arribaba con el delirio de lo irreal. En verdad, las reencarnaciones en especies inferiores (como el potrillo) solo son un cambio de especie, no son la evolución de las especies.
Con las velas invertidas, habría que navegar hacia atrás, hasta el siglo I antes de Cristo, para hallar una extraña intuición (como todas las intuiciones) sobre la transformación de las especies vegetales y animales, y también sobre la selección natural. Todo aparece en De rerum natura (De la naturaleza de las cosas o De la naturaleza).
Tal es el poema filosófico más extenso escrito hasta hoy en Europa, y lo debemos a un caballero romano, Tito Lucrecio Caro. De él solo quedan borrones de una biografía pues parece que nació en el 94 a. C. en Italia y que se suicidó en el 51 a. C. durante una crisis de locura.
Su amigo Cicerón corrigió el poema y lo publicó. De rerum natura explica la “física” del filósofo griego Epicuro, perdida y solo revelada gracias a Lucrecio.
El jesuita erudito (valga la redundancia) Eduardo Valentí tradujo el poema y tituló “Supervivencia de los más aptos” este pasaje: “Necesario es que se extinguieran muchas especies de animales [...]. Todas las que ves poseen astucia, fuerza o agilidad que las han protegido” (libro V, v. 855).
Antes, Lucrecio había refutado al francés Lamarck (1744-1829) antes de que este naciera. Lamarck creía que los “rasgos adquiridos” se heredaban: si una jirafa estira mucho el cuello, sus hijos tendrán el cuello más largo. La realidad es otra. Un cuello largo es una casualidad genética, involuntaria, que se lega como el color de la piel.
Lucrecio dice: “Nada ha nacido en nuestro cuerpo para que podamos usarlo; al revés, lo que ha nacido engendra el uso” (IV, 835); es decir, el cuello largo facilita el comer más y así ayuda en la competencia. “Poesía impura y épica científica” llama el filósofo español Agustín García Calvo a aquel libro. Ambición de saber y audacia en el pensar titularíamos las ansias de buscar, entre los versos, la verdad.
