Francisco Jarquín es un hombre que vive en el ímpetu de sus utopías. Ama con pasión a las mujeres, baila como un galán atemporal al son de viejos discos de acetato; viste un traje de combate y dirige a la tropa con rigor, escapa entre confusos tiroteos; es admirado y respetado por sus seguidores; pero también arrastra su trágica existencia, el reloj avanza estallándole en los talones, demasiadas cosas ha dejado atrás, demasiado rápido se derrumban las ilusiones en el horizonte. Es un personaje de película. Es el último comandante.
La cineasta costarricense Isabel Martínez presenta en las salas de San José su ópera prima como directora: El último comandante obra de múltiples posibilidades y lecturas.
Es una película de época, pero de época muy reciente. Retrata a una generación con matices de desencanto por el entusiasmo enamorado, por el fervor revolucionario, por la nostalgia arraigada y por el anhelo de una vida mejor.
Aborda el tema político e ideológico pero no abandona su idea central cual es el ser humano frente a la concreción de sus utopías.
El rey del chachachá. Francisco Jarquín tiene tal convicción en sus sueños que seduce a quien lo escucha. De Nicaragua a Costa Rica y viceversa, entre las faldas de mujeres que lo siguen, entre los tiros de la tropa que lo obedece, entre el colorido de los letreros luminosos, sueña una sociedad más justa y dedicarse a gozar lo que más disfruta.
Pero toda utopía involucra un compromiso sin el cual se derrumbará tarde o temprano.
El escenario de este antihéroe, trágico y pícaro a la vez, tiene dos trasfondos: el proceso de la insurrección sandinista en Nicaragua y su posterior caída, y la menesterosa vida en una pensión de barriada pobre donde baila los sinsabores de la pobreza.
La historia se desarrolla en los estertores del siglo XX. Un mundo que cambia con un vértigo siniestro y no perdona fragilidades.
La productora Tres Mundos, que Martínez fundó con su compañero y correalizador, el brasileño Vicente Ferraz, ya ha producido otros filmes premiados internacionalmente, como es el caso de Soy Cuba, el mamut siberiano , documental sobre una película soviético-cubana rodada por Mikhail Kalatozov a inicios de la revolución en la isla.
Por otra parte, ambos realizadores, casi siempre Ferraz como director y Martínez como productora, han logrado prestigio en Brasil gracias a algunas producciones exitosas en el campo documental especialmente.
Para la directora esta película tiene una gran implicación emocional pues ella vivió durante los diez años de la revolución sandinista en Nicaragua, cuando era apenas una adolescente. Su familia, como muchas otras familias costarricenses, se involucró de lleno en ese proceso histórico en Nicaragua, que luego vio derrumbarse.
San José oculto. Pero el tema de Nicaragua es una circunstancia para contar el drama esencial: el dilema de este hombre soñador ante sus utopías. El otro trasfondo del filme, el de las barriadas pobres, le permite a los realizadores una visión de San José poco frecuente en la producción cinematográfica de largometrajes nacionales.
Porque esta película es también la crónica de un San José profundo. La vida nocturna, los bares, los barrios marginales, la vida de gentes humildes con sus pequeños sueños, “sus pequeñas hazañas y sus pequeños errores”, como dice Joan Manuel Serrat.
La otrora gloria de una cantante opacada por el alcohol, de cuyo recuerdo solo quedan unos ajados elepés, se marchita nocturna por las aceras rotas.
Es una ciudad que cambia y deja atrás el mundo como ellos lo comprendían.
Una muchacha pueblerina se fue hace años detrás de un amor arrebatado y escapando de un destino de criadora de chanchos, ahora vuelve persiguiendo un fantasma. El San José al que regresa es otro. Solo su hermana santurrona está igual, al frente de la chanchera y con una hija sin padre.
El papel protagónico de Francisco Jarquín lo encarna el gran actor mexicano Damián Alcázar. El argentino costarricense Alfredo Catania personifica al viejo Morita, quien vive su triste devoción hasta las últimas consecuencias. Thelma Darkins, es la cantante limonense Marvin Rosa, que deja su talento e ilusiones escurrirse por un caño vencida por la desilusión y el alcohol.
Anabel Ulloa es la mujer que regresa, Haydee de Lev la hermana mojigata y Anaclara Carranza la hija bastarda.
Estos personajes se articulan para ensayar una segunda oportunidad, pero el entusiasmo ha envejecido como ellos y parece que tampoco encuentra lugar más que en el recuerdo.
Morita es un hombre viejo que vive tejiendo y destejiendo su utopía de una revolución que no fue. Las ideas persisten pero los hombres cambian, le dice a Jarquín.
Las mujeres quieren entender las inconsistencias del “hombre con que todas las mujeres sueñan cuando abrazan la almohada”.
El rey del chachachá, engatusado por sus quimeras como en las Luces de Nueva York , sueña que reunirá el dinero suficiente para montar su propio salón de baile donde el será la gran estrella.
Pero los lugares que albergaron sus ensueños van desapareciendo convertidos en bodegas, parqueos o restaurantes de comida rápida.
Jarquín no ha comprendido que no se puede traicionar a las convicciones por las ilusiones fugaces, que las causas que se aman no se pueden abandonar. Su actitud escapista lo lleva a perder una y otra vez.
“Pero todo en esta vida se sabe, sin siquiera averiguar” dice el famoso chachachá La engañadora de Enrique Jorrín.
Las cosas son como son y no como queramos verlas. Paco Jarquín comprende que hay que tener algo sólido y seguro para poder albergar los sueños.