En la comunicación humana, es posible formar tres categorías: disputa, discusión y diálogo. En la primera, cada parte pretende someter la otra a sus perspectivas e intereses de los asuntos en consideración; en la segunda, las partes se limitan a afirmar sus respectivas posiciones, para derivar sus implicaciones y efectos, pero sin ceder en esas perspectivas e intereses; en la tercera, las partes explican sus motivaciones, a fin de entender la situación y, eventualmente, hacer concesiones mutuas en torno a esos intereses y perspectivas.
Considerando esas distinciones, me pregunto, con preocupación, en cuál categoría cabe incluir la reciente comunicación –y sus aparentes desencuentros– entre los dirigentes del Partido Acción Ciudadana (PAC). Con gran congoja, busco en sus intercambios una pista o clave respecto a si las partes intentan realmente y sinceramente establecer un diálogo, si lo que pretenden es llevar a cabo una discusión, si se limitarán a una disputa sobre el tema de alianzas, y cuáles resultados esperan obtener de ello, para el fortalecimiento de la vocación transformadora del partido.
Pienso que es posible argumentar a favor de cualquiera de las categorías; es decir, cada una puede ser válida o legítima, según los objetivos que se tenga y los factores que sean tomados en cuenta. Lo que sí se requiere es orden, sinceridad, transparencia y coherencia; las cuales, ciertamente, no son fáciles.
Precaución. Don Ottón siempre ha sido precavido con las alianzas y tiene razón. En Costa Rica y América Latina, no se suele tomar en serio los compromisos ideológico-políticos, como sí ocurre en Europa. Más que análisis rigurosos y negociaciones políticas de buena fe, las partes suelen jugar especies de “póker”, y –peor aún– guardando cartas en la manga; reconozcámoslo, admitiendo la posibilidad de excepciones respetables.
El problema es que las malas prácticas, experiencias y antecedentes que hemos tenido al respecto se acumulan multiplicadamente mediante procesos que los sociólogos llaman “profecías autorrealizadoras” (W. Thomas, R. Merton), que operan así: en nuestra cultura política, los actores suelen comportarse así, para protegerse; entonces, dicha cultura se confirma, se expande y se consolida. Puedo entender perfectamente por qué don Ottón desconfía de esos procesos de la “política tradicional”.
Sin embargo, esa desconfianza dificulta las alianzas y tiende a generar precisamente acciones como las que se desea corregir. Esto es terriblemente frustrante: forma un círculo vicioso que solo puede ser “quebrado” mediante circunstancias y factores imprevisibles. Por eso también entiendo a quienes critican a don Ottón. Pero ¿cuál es la salida? ¿Cómo resolver el dilema?
La salida o solución no se puede lograr mediante razonamientos “lógico–funcionales”. Se requiere un cambio o salto de lógica, plantear una lógica diferente a la vigente. Tal estrategia fue inicialmente descrita por Thomas Kuhn, en historia de la ciencia; y sus ideas tuvieron desarrollo limitado en politología, así como otras ramas del conocimiento, con muchas críticas y condicionamientos, pero marcó un camino todavía abierto.
Su planteamiento básico es que ese “cambio o salto lógico” no se puede lograr mediante visiones y transformaciones parciales del mundo y la vida; es necesario considerar el “mundo y la vida” en su totalidad. Esto significa que el PAC tiene que enfocar y tratar raíces más profundas y amplias de la realidad nacional, no solo del ámbito social, sino también de la esfera personal. Costa Rica necesita, no solo transformaciones institucionales, sino también transformaciones humanas (“individuales”, “personales”): Leonardo Boff ha hablado de evolucionar desde la especie Homo sapiens , que somos, a otra que él llama Homo sapiens cooperans . La “gente” del PAC ¿será capaz de seguir un camino así?