Los trabajadores de una industria local, reciben una oferta macabra: aceptar el despido con las indemnizaciones de ley, o aceptar una reestructuración de puestos, con una reducción del 50% en las funciones, recibiendo así un 50% del salario. Como es preferible un 50% de algo, que no poseer ingresos durante meses (o años), aceptan la segunda opción. Inmediatamente se observan los efectos en los hogares: el consumo de carne se reduce a la mitad.
En su mayoría, estos trabajadores son clientes de la carnicería de la comunidad, por lo que de pronto, la carnicería debe despedir a dos de los cuatro empleados, pues con la mitad de las ventas, no se cubren los salarios. Todas las pequeñas empresas que proveían de bienes y servicios a la comunidad, experimentan el mismo problema, lo que significa que el 50% de la fuerza laboral que trabajaba en estas comunidades, pasará a ser población desempleada o subempleada.
La desgracia del otro. Aun aquellos que mantienen su empleo, con el salario intacto, perciben la escasez de artículos de uso diario. Lo que perciben en realidad, es la caída en la producción provocada por la reducción forzosa de personal, provocada a su vez por la reducción del consumo general. Los trabajadores, consumen productos elaborados por otros trabajadores, por lo cual, se establece un sistema que los unifica a todos: la desgracia del otro, se convertirá con el tiempo, en mi propia desgracia. Por tanto, si un fenómeno se caracteriza por tener factores que resultan ser causa, y a la vez, consecuencia, es necesario no crear un efecto circular que detenga el movimiento de la actividad económica.
En tanto las personas tengan trabajo, seguirán consumiendo, lo que protegerá la producción de las empresas en las cuales trabajan esas mismas personas. El trabajo humano es el factor más importante en la actividad económica, y tiene aún más valor que los bienes de capital. Por ejemplo, si mañana cayeran diamantes del cielo, las personas se sentirían millonarias por un tiempo, pero luego descubrirían que no lo son. Con los bolsillos llenos de diamantes, ¿quién trabajaría? Cada uno intentaría comprar todos los bienes posibles, pero competirían con otros que pagan también con diamantes, lo que haría que los precios de los bienes aumenten al infinito. Los diamantes perderían valor, mientras que los escasos productos serían cada vez más caros. Esto demuestra, que inundar la economía con dinero, lo único que crea es inflación y detiene la producción.
En todo este juego, el esfuerzo intelectual y físico para producir un bien o un servicio cualquiera se mantiene invariable. Los trabajadores se encuentran restringidos por las limitaciones funcionales que tienen las herramientas que utilizan y por sus propios conocimientos. Si las herramientas se perfeccionan, pasando por ejemplo, de una máquina de escribir a una computadora con un procesador de texto, suceden tres cosas: el esfuerzo humano decrece, la producción aumenta y la calidad del producto mejora. Pero todo requiere que el trabajador tenga los conocimientos suficientes que le permitan utilizar la nueva tecnología. A su vez, es necesario aceptar que la tecnología no surge por generación espontánea, requiere inventores que la conciban.
Para dar el salto tecnológico, es necesario construir sistemas educativos públicos de amplia oferta, que formen millares de profesionales según áreas específicas de habilidad humana. Por ejemplo, para crear un mejor automóvil, sería necesaria la participación de artistas que diseñen una carrocería atractiva desde un punto de vista estético, así también, se requiere del trabajo de ingenieros que mejoren el desempeño mecánico. Pero el trabajador especializado en el área en la cual es más eficiente, surge de un sistema educativo diversificado. Cuando los Gobiernos se enfrentan a una crisis económica, aplican medidas de austeridad, ahorrando en educación. Prefieren sistemas educativos que formen poblaciones con conocimientos básicos estandarizados, que no son suficientes para generar conocimientos nuevos, ni crear mejores productos ni aumentar el consumo ni, mucho menos, mantener girando la rueda económica.