Antonio Alfaro
Me gusta el atrevimiento, la gambeta, la picardía, el tico sin complejos, que entre más fuerte el rival mejor juega, ingredientes que hacen de Joel Campbell uno de mis favoritos. Lo admito sin rodeos, ni esa malentendida, a veces hipócrita, objetividad periodística. El día en que me prohiban pensar, preferir, disfrutar y analizar, me dedicaré a sembrar bananos y plátanos, verbos y adjetivos.
Me gusta su salida del Arsenal, la llegada al Villarreal, aunque sea en libertad condicional (un préstamo a cambio de la extensión del contrato con los Gunners). Cualquier equipo de media tabla en España será mejor que rellenar los entrenamientos del Arsenal, donde el incongruente técnico Arsene Wenger se ha empeñado en retenerlo, verlo como promesa y no utilizarlo.
Al más irreverente de la Sele le toca ahora concretar su revancha, abrirse espacio entre los estelares del Submarino amarillo. De poco le servirán los videos, la viejas gambetas, el prestigio de mundialista destacado o haber prolongado su contrato con uno de los mejores clubes de la Liga Premier inglesa.
Ahí sí entiendo la objetividad: exigirle a Joel Campbell como a cualquier otro; decirle que no puede aspirar al éxito en el Arsenal si no lo consigue en el Villarreal.
En el Betis le costó el inicio, pero terminó como titular (sin llegar a estrella del equipo); en el Olimpiacos de Grecia (una liga de menor nivel que la española) logró regularidad, goles y el título. Ahora enfrenta el reto que puede marcar la diferencia en su carrera.
El número 9 de Brasil 2014 tiene con qué brillar si se aferra a una lección aprendida hace unas temporadas atrás, precisamente en el Betis: el talento de más no permite esfuerzo de menos.
Le toca a él. De momento, me agrada la noticia. Me declaro abiertamente “joelista”. Si no triunfa en el Villarreal, sin embargo, me declararé aficionado transferible.