A lo largo del camino, hemos tomado decisiones trascendentales que nos han permitido convertirnos en una nación cívica y ecológicamente rica, lo que nos ha ganado la admiración del mundo. Estoy del lado de los costarricenses que piensan que esas son medallas que debemos pulir y preservar. Nunca descansaré de pregonar que nuestro país es una potencia moral, y nunca descansaré de instar a otras naciones a que se sumen a la causa de la democracia, de la paz y del desarme. Pero estoy también del lado de los costarricenses que, como yo, estamos convencidos de que Costa Rica es un país que puede pensar en grande y que puede dar más. Que nuestro país está en condiciones para aumentar sus exportaciones, para más investigación e innovación, más patentes, más tecnología, más y mejores empleos, más pequeñas y medianas empresas y más inversión y prosperidad.
Estoy convencido de que Costa Rica puede llegar a ser una potencia económica. Naciones como Singapur y Corea del Sur, y zonas como Hong Kong, nos demuestran que el desempeño económico no está asociado al tamaño del territorio, sino a factores como la innovación, la educación, la posición geográfica y la competitividad, pero sobre todo a la integración comercial con el mundo. Mientras que en el 2011 se registraron en total 500 patentes en América Latina y el Caribe, solo en Corea del Sur se registraron 13.000. En la región, ningún otro país ha firmado tantos tratados de libre comercio y acuerdos de promoción de las inversiones como Chile, país que destaca en los rankings sociales y económicos. La integración comercial de Chile con el mundo, así como la de Corea del Sur y Singapur, es lo que les ha permitido reducir la pobreza y aumentar su calidad de vida.
Muchas cosas pueden decirse del proceso de apertura económica de nuestro país, excepto que ha sido un proceso casual y fortuito. Una de las experiencias más claras de cómo la integración comercial de Costa Rica se ha dado en el marco de la institucionalidad fue la aprobación del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, Centroamérica y la República Dominicana (TLC) por un referéndum, el primero de nuestra historia. Como candidato presidencial, tomé la decisión de que era hora de que el país pasara la página que por años detuvo nuestro desarrollo. Como presidente, asumí la responsabilidad de poner a Costa Rica a caminar de nuevo.
No voy a decir que los meses previos al referéndum fueron fáciles, tampoco los que le siguieron. Eso los costarricenses lo saben muy bien. Pero no me arrepentiré nunca de haber promovido el debate en torno al TLC. Celebro que este quinto aniversario no haya despertado nocivas pasiones; que no haya resucitado mitos y falsedades, claramente derrumbados en estos 3 años de vigencia del TLC. Aún así, creo que el debate nacional se ha quedado corto en empezar a reconocer que el pueblo costarricense tenía razón: el TLC ha sido y seguirá siendo bueno para Costa Rica. La decisión de insertar a nuestro pequeño país en la economía mundial, dejando atrás el modelo de sustitución de importaciones e iniciando la desgravación arancelaria se tomó en 1984, en el gobierno de don Luis Alberto Monge. Acertadamente, se consideró que el aislacionismo y el proteccionismo no eran una opción para nuestro futuro.
Yo luché por el TLC y lo promoví porque estoy convencido de que un país del tamaño del nuestro solo puede crecer económicamente en forma sostenida, solo puede crear empleos para su juventud, solo puede dar sustento a familias enteras y, en última instancia, solo puede reducir la pobreza, si profundiza su integración con la economía mundial. Y, como lo dije en su momento, el TLC con Estados Unidos es tan solo un instrumento para garantizar eso. A ello, precisamente, es a lo que me refería con mi metáfora “de la bicicleta al BMW”. En efecto, dije entonces, que si el ingreso por habitante en América Latina crece al 2% anual se requieren 35 años para duplicarlo. Mientras que si el ingreso per cápita crece al 10 % anual, como ha crecido en China desde los años 80, entonces se duplica en tan solo 7 años. Es así como los chinos han modernizado sus esquemas de producción, es así como sus habitantes han pasado de la clase pobre a la clase media y rica, sacando a 600 millones de personas de la pobreza, es así como sus villas se han convertido en ciudades, es así como los desempleados ahora tienen empleo; en síntesis, es así como los chinos pasaron “de la bicicleta a la motocicleta, y luego del Hyundai al BMW”. Quienes quieren interpretar mi metáfora literalmente, simplemente no aportan nada al debate sobre nuestro futuro.
Como una de muchas herramientas, el TLC nos ha permitido consolidar el acceso de nuestros productores al mercado más grande del mundo –acceso que en algunos sectores era precario y tentativo–. Aun en medio de la peor crisis económica mundial de los últimos 80 años que ha afectado a los Estados Unidos, a nuestro país y a la economía global en general, hemos mantenido una balanza comercial favorable de exportaciones agrícolas con esa nación, alcanzando en el 2011 un superávit mayor al de cada uno de los 5 años anteriores. Asimismo, Estados Unidos nos compra actualmente casi la mitad de los productos producidos bajo el régimen de zona franca. En 10 años, el comercio entre ambas naciones ha crecido a un promedio anual de 5,3%. En materia de empleo, si bien aún no logramos volver a la tasa más baja que hemos tenido en la historia, que fue de 4,6 durante mi segunda administración, no quiero ni pensar en la cantidad de empleos que se hubieran perdido si no hubiéramos aprobado el TLC. No otra cosa nos indica el hecho de que el año pasado del total de inversión extranjera directa que recibimos, el 61% provino de los Estados Unidos.
El día en que se votó la última ley de la agenda de implementación, dije que había lecciones que debíamos extraer de la experiencia de la aprobación del TLC. Una de ellas, que quiero recordar en este aniversario, es que las decisiones importantes para el país no pueden tomar tanto tiempo para concretarse.
Espero que no repitamos la historia del TLC: que actuemos con rapidez para aprobar el fideicomiso para la mejora de la infraestructura educativa, los TLC con Singapur y la Unión Europea que negociamos en mi gobierno, el Acuerdo de Promoción de las Inversiones con China, una nueva ley de electricidad que permita una mayor inversión privada que utilice fuentes de energía renovables y reduzca los costos de la electricidad, entre muchos otros proyectos de ley.
Debemos actuar con celeridad porque, como muy bien lo dijo el maestro Omar Dengo, “el tiempo es oro y la vida vuela”.