Muchos años después, se disputarán tal vez los historiadores sobre la fecha que marcó en Costa Rica el punto de inflexión hacia la mediocridad. En cualquier caso todos aceptarán que uno de los primeros campanazos de alerta vino de Enrique Iglesias, cuando apuntó las mejores prácticas latinoamericanas, en octubre de 2010. En su reseña, Costa Rica estaba ausente. Eso, en sí, era un fenómeno nuevo.
En el paradigma latinoamericano habitual, siempre brillábamos, en algún rubro. Como modelo a seguir, somos ahora una estrella en eclipse. Desde entonces, los índices internacionales siguieron marcando nuestra inconsciencia, un aldabonazo tras otro, como fantasmas de una nueva realidad, donde el desarrollo nacional ya no está en la punta de avanzada, sino dentro de la media latinoamericana. Ni siquiera en educación, nuestro tradicional “trapito de dominguear”.
Brechas. ¿Hasta cuándo podremos estirar las glorias del pasado para dar aliento a nuestras fantasías? Avanzamos, es cierto, pero nuestro paso ya no es tan ágil y nuestra sociedad se marca cada vez más con diferencias y brechas. En la crisis latinoamericana sólo en Costa Rica aumentó la pobreza y solo aquí se acentuó la desigualdad. Nuestros índices de crecimiento económico se rezagan del promedio latinoamericano, nuestro clima de negocios languidece de tramitología y nuestro vecino panameño ya no nos pisa los talones, más bien nos desplaza con un mayor índice de desarrollo humano, un gobierno digital más dinámico y un crecimiento económico el doble del nuestro. ¿Será el canal o seremos nosotros?
¿Es firme nuestra confianza en nosotros mismos? La respuesta no está en palabras, sino en la forma que vivimos, pensamos y soñamos, desde ahora, nuestra esperanza. Doña Laura ha insistido en poner la proa hacia un rumbo complejo y difícil: convertir a Costa Rica en el primer país desarrollado de América Latina. Ese es el rumbo que todos queremos, pero tiene su precio.
¿Existe voluntad nacional para saber pagarlo a tiempo? Los buenos gobernantes marcan derroteros ambiciosos, pero el paso lo determinan los pueblos. El imaginario colectivo que ambiciona verse en el espejo de sus ideales históricos, debe traducirse en pensamientos y acciones que lo reflejen como pueblo desarrollado.
Fe en el futuro. Benedicto XVI hace, en “Spe Salvi”, una reflexión profunda: “La fe (') nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una “prueba” de lo que aún no se ve. ('). El futuro ya no es el puro “todavía-no”('). El presente está marcado por la realidad futura”. Si tomáramos como referencia este pensamiento, tendríamos que contrastar la forma en que nuestro imaginario colectivo vive, en el presente, su fe en el futuro. Ese contraste nos mide como pueblo y, por el momento, no salimos tan bien parados.
Así, por ejemplo, el Plan Nacional de Desarrollo, presentado recientemente, plantea tareas concretas que, de ser cumplidas, en los próximos 4 años nos pondrían de nuevo sobre rieles. El problema es que todos esperamos que todo se realice desde arriba, sin hacer nada desde abajo. Eso es imposible. Los objetivos de esa propuesta presuponen y abogan por una voluntad social. No pueden ser llevados a cabo exclusivamente desde Zapote.
Ni desarrollo ni superación de deficiencias acumuladas son posibles sin un consenso colectivo sobre las faenas que vinculan el presente con el futuro que deseamos y necesitamos. Esa es la piedra en el zapato: un acuerdo nacional por encima de particularismos partidarios. ¿Seremos capa- ces de eso?
No pasará mucho tiempo para saberlo. La reforma fiscal planteada es la prueba ácida del costo que estamos dispuestos a pagar por hacer realidad nuestras esperanzas y, si por la víspera se saca el día, nos espera una dura jornada. Si un tema ha sido evitado desde los tristes tiempos de don Abel es ponerle esos cascabeles al gato.
Muchos países latinoamericanos no tienen ya ese lastre “pendiente”. Con una carga fiscal por debajo del promedio latinoamericano, Costa Rica tiene un gasto social entre los más altos de la región, muy por encima de la media regional. Gastar más y recaudar menos es una receta de tragedia. Y eso no da cuenta de la necesidad que tenemos de mayor inversión pública en infraestructura, innovación digital, seguridad ciudadana y defensa nacional impostergable. Pero la propuesta fiscal enfrenta vientos de tormenta, pese a ser modesta y abordar con diligencia los capítulos determinantes de la evasión tributaria.
Pero si este año no es, quién sabe cuando será. Estamos en ese punto de nuestra historia en que cumbre y abismo se reflejan como encrucijadas del destino. Grandeza de visiones estrellándose contra miseria humana o generosidad y audacia superando precipicios. ¿Qué será? El libro está abierto. Sus páginas esperan manos que escriban notas perdidas. Se retratará ahí el alma política que hemos construido para representar nuestras esperanzas.