Lo he señalado en varias ocasiones: para cualquier grupo o institución el considerar el repertorio es fundamental, pues sirve principalmente para reponer obras emblemáticas y revisar la evolución de la disciplina. También, a través del repertorio, nuevas generaciones se foguean y le permite al público reapropiarse del legado artístico de dicha agrupación.
Por esa razón, me parece acertado que la Compañía Nacional de Danza, a la luz de la celebración de los 35 años de creación , decidiera presentar seis obras de su repertorio durante dos semanas. Esto nos facilita dar una mirada a lo que ha sido su trayectoria creativa.
El primer espectáculo de esta fiesta lo conformaron tres obras cortas de dos exdirectores de la agrupación: Marcela Aguilar y Francisco Centeno, y una de la coreógrafa invitada, Cristina Gigirey, quienes en diferentes etapas retaron al elenco, mediante desafiantes propuestas, que hoy siguen teniendo vigencia de contenido y forma.
La celebración empezó en el vestíbulo del Teatro de la Danza con Insomnio (2006), inspirada en el texto homónimo de Yolanda Oreamuno, escritora a la cual Aguilar ha estudiado a profundidad para escenificar varias obras desde la década de los años 90. En este caso, la ausencia, el dolor, la muerte y el deseo afloraron en los movimientos de las dos intérpretes, Wendy Chinchilla y Miriam Lobo, que demostraron destreza técnica y excelente interpretación.
Como segundo trabajo de la noche, toda la compañía ejecutó Enfébridos (1999), de Francisco Centeno, cuyo objetivo es mostrar el comportamiento enfermizo de la sociedad contemporánea, que es golpeada por la inmediatez, el egoísmo y otras enfermedades de nuestro tiempo. Su planteamiento plástico es más lírico que dramático y requiere de un virtuosismo corporal, el cual estuvo enmarcado con una banda sonora minimalista de Philliph Glass.
En general, toda la compañía salió avante en la ejecución, sobre todo en los segmentos grupales que requieren de limpieza y precisión en el movimiento. Además, cabe destacar que, en Enfébridos , el grupo masculino se vio con mayor energía y proyección escénica.
Aquella mujer (1984), de Cristina Gigirey (1940-2006), cerró la función. Esta es una obra de mucho dramatismo y su composición está llena de ricos símbolos. El grupo oficial interpretó esta creación en 1992; tiene como tema central la opresión de la mujer en su contexto cotidiano e íntimo. Para esta puesta en escena, Gabriela Dorries escogió muy bien a los siete bailarines que se apropiaron de los personajes con adecuada intensidad; cada uno pudo recrear las situaciones dramáticas del caso.
Con este repertorio, recordamos que en la danza todo tiene sentido y debe ser pensado con idoneidad como lo fue el vestuario diseñado por Marcela Aguilar, Ana María Barrionuevo y Ernesto Rohrmoser, respectivamente, pues cada uno dio un aporte significativo al discurso coreográfico, lo cual contribuyó a una lectura inteligente de las obras.
Es de esperar que otras agrupaciones nacionales sigan apuntando hacia su repertorio y preparen programas con buena curaduría, como fue esta primera noche de celebración.