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Del éxito no se aprende, se aprende del fracaso. No por manida esta frase deja de ser cierta. Cuando nos estampamos, cuando la vida nos trata como un trapo sucio, entonces vienen las preguntas y tras las preguntas, intentan llegar las explicaciones. Cuando uno triunfa (¡peor si es a la primera!), ¿qué tiene que aprender, qué lección va a extraer? Es cierto que uno suele ser el primer sorprendido por un éxito fácil, pero nuestro amor propio, por insignificante que sea, tiende a convencernos rapidito: “Yo me lo merecía”. Nadie trata de explicarse un éxito, sería convertirlo en un fracaso. Lo bueno de esta frase es que es reversible: hacerse preguntas ante un fracaso es empezar a convertirlo en ganancia, en éxito. “Aprendí mucho”, es la respuesta del que no consiguió su objetivo, su objetivo primario ahora caduco.








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