El maestro Andrés Bello, residente en Santiago de Chile, recibe una carta de su amigo y discípulo neogranadino Manuel Ancízar; la carta está fechada en Bogotá el 13 de marzo de 1857, casi un año después de las batallas de Santa Rosa y Rivas y pocas semanas antes de la victoria definitiva por la Vía del Tránsito.
En un párrafo de la carta, Ancízar –reconocido periodista y secretario de Relaciones Exteriores de Colombia– informa a Bello:
“Los señores yankees nos están poniendo en calzas prietas, como habrá visto usted en El Tiempo y las Actas de Cámara de Representantes publicadas en la Gaceta Oficial. A tal punto han llegado las cosas, que nuestro Congreso está discutiendo medidas para la defensa del país . Aquel gobierno filibustero envió un comisionado que vino a ofrecer algunos millones por la ciudad de Panamá y Colón y un grupo de éstas de la bahía panameña. Se le contestó que no éramos mexicanos, y se ha retirado prometiendo invasión y ocupación del istmo.
”Queda la esperanza, pero remotísima, de que la administración Buchanan, inaugurada el 1° de marzo último, no llevará a efecto el plan brutal de robo fraguado por Pierce. Si esa esperanza se desvaneciera, nos tendrán Uds. en campaña resueltos a defender hasta donde podamos el gran puerto Sud Americano. ¿Nos ayudará Chile en esa causa común?
”No culpemos a la democracia por esos envenenados frutos: ellos pertenecen a los Estados esclavistas del Sur, que amenazados de minoría en el Senado quieren hacerse a todo trance de territorios para poblarlos de esclavos y convertirlos en Estados con representación en el Senado de Washington”.
Este esclarecedor testimonio de una persona tan ilustrada como inmediata a los hechos revela el temor de los colombianos ante la conducta de los estadounidenses del sur, y confirma la repercusión continental que alcanzaba la amenaza de invasiones filibusteras en toda Hispanoamérica.
Temor compartido. Antes de que Andrés Bello responda a Manuel Ancízar, este último vuelve a escribir al maestro un mes después, el 10 de abril de 1857, pocos días antes de la rendición de William Walker, el 1.º de mayo de ese año. Le informa el bogotano al maestro:
“Nuestras relaciones diplomáticas con el Gobierno de los Estados Unidos quedaron rotas, y a estas horas estamos esperando la noticia de la invasión del Istmo. Así pues, el incendio que ha de consumir a la raza española en Centro América partirá desde Nicaragua y desde Panamá a un mismo tiempo. Después' después seguirá desde aquel foco hacia el continente, si Dios no lo remedia”.
Sin embargo, por esos días iban a apagar del todo ese incendio –con la ayuda de Dios– las imbatidas tropas costarricenses al mando de Juan Rafael Mora, su hermano José Joaquín y José María Cañas.
En todo caso, sorprende la falta de noticias que Ancízar deja ver en sus cartas sobre la campaña del presidente Mora y los costarricense para frenar a Walker, iniciada un año antes. ¿Por qué no menciona Ancízar a los costarricenses y su gesta libertaria? ¿Por qué fue tan limitada la difusión de un hecho de alcances tan amplios?
Pocas semanas antes de contestar sus cartas a Ancízar, Bello escribe a Miguel Rodríguez, amigo de su juventud caraqueña; en el párrafo donde le cuenta de su buen pasar en Chile, le dice:
“[...] las ciudades del interior no se parecen a Santiago y Valparaíso, y en medio de los síntomas de prosperidad que te he descrito, y que atribuyo a causas accidentales que no creo subsistan, me asustan los yanquis”.
El temor expresado por Andrés Bello en esta carta de 30 de mayo de 1857 es compartido por muchos políticos e intelectuales chilenos, desde el moderado presidente Manuel Montt y su principal ministro, Antonio Varas, hasta polemistas radicales como Santiago Arcos y Francisco Bilbao.
Sin embargo, cuando Andrés Bello finalmente responde a Manuel Ancízar el 12 de junio de 1857, es más categórico, expresando un temor mucho más concreto –y más desilusionado–:
“Hay males, también, contra los cuales toda prudencia es vana. Fínjase Ud. una Utopía en Centro América, en Nueva Granada, etc. A un soplo de los yankees es menester que venga por tierra, y que tarde o temprano vengamos a ver una raza de ilotas y de parias. Así está escrito en el libro de los destinos. ¿Y no es una verdadera expectativa esta de un porvenir tan triste, si no para nosotros mismos, para nuestra posteridad? El terrible coloso es cada día más temible vires acquirit eundo [frase latina: adquiere fuerza conforme crece]”.
Aalgo más de un mes después del triunfo definitivo de los costarricenses sobre Walker, desde Santa Rosa hasta el río San Juan, pasando por Sardinal y Rivas, Andrés Bello aún no sabía, que ya las legiones de ese terrible coloso invasor no serían tan temibles y no continuarían conquistando y adquiriendo con solo marchar hacia el sur.
Una “utopía”. Desde ahora, el temor de ver surgir por aquí “una raza de ilotas y de parias” había sido desterrado por la estrategia y la acción visionaria del presidente Juan Rafael Mora Porras y sus tropas.
Además, ¿a qué “Utopía en Centro América” se refiere el maestro Bello? ¿Es una alusión a Costa Rica? ¿Acaso no respondía el país a la aspiración de una república democrática fundada en el trabajo agrario, como la había anhelado Bello en su célebre oda A la agricultura de la zona tórrida ?
A fines de abril de 1857, Francisco Solano Astaburuaga, primer representante de Chile en San José –enviado aquí por Manuel Montt para conocer de cerca el asunto de los filibusteros–, trae como obsequio para el presidente Mora un ejemplar del Código Civil de Chile , obra de Andrés Bello.
Sin duda, don Juanito ya sabía bien de Bello, si acaso no lo conoció personalmente en alguna velada en Valparaíso, donde Mora pasaba la mayor parte del tiempo en sus varios viajes a Chile.
En 1832, Andrés Bello había publicado Principio de derecho de gente s, primer gran tratado de derecho internacional aparecido en Hispanoamérica, para dotar de legitimidad, entre las naciones del mundo, a las surgentes repúblicas que dejaban de ser colonias de España.
La segunda edición de esa obra, corregida, aumentada y “destinada al uso de los americanos”, apareció en Valparaíso en 1844 con el título de Principios de derecho internacional . La tercera edición salió en 1864 y es la última corregida por Bello, quien murió en 1865.
En el tratado no hay una palabra sobre los filibusteros, ni sobre el reconocimiento espurio de Walker como presidente de Nicaragua ni, en fin, sobre esa inescrupulosa guerra de invasión. Ya sabemos que Andrés Bello no ignoró estos hechos, pero ¿por qué no profundizó en ellos? Al respecto nos informa Iván Jaksic, el mayor conocedor de la vida y la obra del sabio venezolano:
“El libro sobre derecho internacional es fundamentalmente sobre principios, con ejemplos sugeridos indirectamente. A esto hay que agregar el que, apenas terminado el Código Civil en 1857, Bello quedó prácticamente incapacitado. A sabiendas del poco tiempo que le quedaba, se lanzó de lleno al tema medieval que lo obsesionaba. Ya no tenía obligaciones en la Cancillería y renunció a todos los encargos diplomáticos que le encomendaron. Retuvo solamente el puesto de rector de la Universidad de Chile, y en esa capacidad hizo su última intervención, a raíz de la guerra contra España en 1864-1865, y murió mientras estaba en curso”.
Los temores de Bello y Ancízar –y de miles de latinoamericanos– sobre el avance del “terrible coloso” habían sido desterrados por el presidente Mora y su pueblo, aunque esos ilustrados señores sudamericanos no llegaran a saberlo con claridad.