No sé si es el trino de los pajaritos pidiendo agua y buscando pajitas para hacer el nido. No sé si son las primeras gotas de lluvia, no sé si es el verano con sus días soleados y noches despejadas. Solo sé que de repente el espíritu se rebela ante el derrotismo y la baja autoestima colectiva. Resulta agobiante leer y escuchar que todo es corrupto y malo. Malo es, digo yo, que nuestros jóvenes crezcan escuchando solo lo inútiles y malos que somos. Quizá por ello me emocionó hace días escuchar el video de Costa Rica Azul y la aprobación del Tratado sobre el Comercio de Armas en las Naciones Unidas. Son gotas de rocío que resbalan sobre hojitas con verde clorofila, símbolo de vida. Son un llamado a recuperar la autoestima y la esperanza en el futuro.
Un país con 191 años de vida independiente, 64 años sin Ejército y una tradición civilista; con 143 años de educación pública gratuita y obligatoria, 94,9% de alfabetización y 70% en cobertura de educación secundaria; con 71 años de seguridad social y uno de los mejores sistemas de salud del mundo, a pesar de los problemas temporales; que ocupa el tercer lugar de América en expectativa de vida en niños de 1 a 5 años y la posición 31 en el ranquin mundial de expectativa de vida; que produce 80% de la energía a partir de fuentes renovables y tiene 99,3% de cobertura eléctrica; que tiene 25% del territorio nacional protegido, contiene 5% de la biodiversidad mundial y posee una de las 5 zonas azules del mundo (Nicoya); que produce el mejor café del mundo y ostenta la marca país número 25 del mundo, es sin duda un país del cual podemos estar orgullosos. Y lo mejor: un país con 4,5 millones de personas “pura vida”, entre los cuales hay individuos capaces de influir en la paz mundial, de eliminar el militarismo, de alcanzar las estrellas, de deleitar el espíritu con su pluma y su arte; ¿por qué no valoramos estos hechos?
Vivimos en un hermoso país cuyo amor a la paz, a la educación y al conocimiento universal lo han hecho destacar en el mundo. Un país capaz de producir grandes hombres y mujeres. Un país que dio vida a un Óscar Arias amante de la paz, capaz de ganar un Premio Nobel y poner un Tratado sobre el Comercio de Armas en la mesa de las Naciones Unidas, que logró ser aprobado. Un país en que un visionario como José Figueres Ferrer eliminó el Ejército, en congruencia con nuestra tradición civilista. Un país en que nació Pancha Carrasco y un Juan Santamaría, que siendo casi un niño dio su vida defendiendo el suelo patrio. Un país que cultivó la aspiración de Franklin Chang por alcanzar las estrellas; que tiene un Jacques Sagot que nos recrea el espíritu con su música y su pluma; que formó a Yolanda Oreamuno, Eunice Odio y Hanna Gabriels.
Todos ellos y muchos más, son dignos exponentes de lo que somos como país. Todos se caracterizan por la determinación y la constancia en alcanzar metas altas, y todos han alcanzado sus sueños y honrado la tierra que les vio nacer. Todos merecen que se les reconozca su mérito y a ello obliga la objetividad y la nobleza de espíritu.
¿Por qué no decimos: ¡gracias, Costa Rica!, por ser un árbol pródigo que siempre nos das sombra y abrigo sin pedir nada a cambio? Digamos, convencidos: ¡gracias, Costa Rica!, por el privilegio de contarme entre tus hijos. Igual que en la historia de The Giving Tree , de Shel Silverstein, parece que siempre pedimos al árbol patrio, no valoramos los frutos que nos proporciona y poco damos. ¿Estamos dispuestos a cuidar y abonar ese árbol de raíces profundas que nos da alimento y cobijo, contribuir a darle vida, o lo dejaremos languidecer para morir bajo su mutilada sombra?