Cada octubre, un nutrido grupo de personas se reúne en Carmel (California) para recordar al poeta Robinson Jeffers, quien vivió aquí cuando este ahora opulento pueblo era menos que un caserío agreste, pedregoso y alejado. Tor House, la casa que Jeffers construyó con sus propias manos con piedras arrastradas desde la orilla del mar, se convierte por dos días otoñales en la sede de un festival que incluye lecturas de poesía, música en vivo, discusiones y banquetes.
Casi todos los asistentes son viejos amigos. Algunos vagan por el jardín de la casa bebiendo y conversando; otros otean alrededor desde la cúspide de la Torre Halcón, que Jeffers construyó como homenaje a su esposa Una.
Otros rehuimos del gente y vamos, cada cual por su lado, a perseguir el aroma de sargazos que trae el viento desde el mar. Todos, lo confesemos o no, esperamos percibir en alguna piedra o en algún grito de gaviotas el fantasma de Robinson Jeffers, quien murió en este lugar en 1962.
Ritmo hipnótico. El sitio mira al Oeste sobre un anchísimo océano Pacífico. A veces, la vista no alcanza para medir las olas que se hinchan mar adentro y que vienen a reventar al pie del promontorio donde Jeffers levantó su casa.
De esas olas sacó Robinson Jeffers la idea de escribir versos largos y de un ritmo hipnótico, recurrente: “La medida de mi canción es como el ritmo antiguo del latido del oleaje” confiesa en su poema Fin del continente.
Tierra adentro, hacia el sur, las montañas de Santa Lucía se yerguen con la dureza mineral que Jeffers siempre quiso para sus poemas: “El masivo / misticismo de la piedra, / a la que el fracaso no puede derribar / ni el éxito enorgullecer” ( Roca y halcón ).
Después de publicar en su juventud un par de libros de versos que sonaban demasiado a Dante Gabriel Rossetti, Jeffers encontró su voz personal hacia 1922, tras varios años de vivir en Carmel.
Aquel lugar le dio a Jeffers la soledad y la distancia para concentrarse en el paisaje californiano que habitaba, y poblar ese lugar con historias de una violencia inédita y de una profunda conciencia ecológica. Jeffers se dedicó entonces a escribir una serie de largos poemas narrativos. Sus primeros dos libros importantes, Tamar (1923) y Roan Stallion (1925) toman sus títulos de los primeros poemas de este tipo que escribió Jeffers.
La novedosa combinación, en sus personajes, de extremo ímpetu sexual y voluntad de poder convirtió a Jeffers en un poeta popular en los años 20. En 1932, la revista Time le dedicó su portada; pero, poco a poco, la excitante violencia de los poemas de Jeffers se decantó en un pesimismo y una misantropía que inevitablemente le hicieron perder adeptos.
Pesimismo. Su contacto directo con la violencia natural y la vida animal lo hicieron adoptar una filosofía que él llamo “inhumanismo” y que, en sus palabras, consistió en “descentrar nuestras mentes de nosotros mismos, inhumanizar un poco nuestra mirada” ( Punta Carmel ). Para Jeffers, la humanidad era apenas una especie animal curiosa, destinada, como todas, a desaparecer sin dejar rastro.
Jeffers adoptó una especie de panteísmo en el que la vida natural era todo lo que contaba, y en el que las esperanzas y los sueños humanos no eran más que destellos pasajeros en la mente de un dios indiferente: el deus absconditus del calvinismo que Jeffers había heredado de su padre.
La fama de Jeffers tuvo su punto más bajo durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Su pesimismo “inhumanista” lo llevó a denunciar la participación de los Estados Unidos en el conflicto con poco sentimentalismo y menos patriotismo. Para él, Hitler y Roosevelt eran dos caras de la misma decadencia, del mismo afán ególatra humano.
Por primera vez en su vida, Jeffers vio uno de sus libros censurados y finalmente publicados con una nota introductoria en la que su editor se desvinculaba de las opiniones del autor: The Double Axe (El hacha de doble filo), de 1948, marcó el desplome total de su reputación. No obstante, el año anterior, su adaptación de la Medea de Eurípides había sido un éxito rotundo en Broadway.
El tiro de gracia se lo dio el advenimiento de la llamada Nueva Crítica, que favoreció una poesía difícil y de sentido ambiguo, por lo que la de Jeffers fue completamente relegada.
En efecto, pocos poetas dicen lo que piensan tan abiertamente como Jeffers, y por esto su obra no se prestaba bien al pasatiempo académico de la explicación textual que proponía la Nueva Crítica.
Retorno. Desde los años 70 ha habido un resurgimiento del interés por la obra de Jeffers. Su poesía se ha convertido en un precedente fundamental para otros escritores californianos posteriores, como Gary Snyder, Robert Hass y el mismo Charles Bukowski.
Sus intuiciones ecológicas han hallado fuertes resonancias en los movimientos conservacionistas de los últimos años, y sus severas críticas al poder político y al engreimiento humano sirven como referente moral en un país como los Estados Unidos, partido entre su vocación imperial y sus ansias aislacionistas.
Hoy, las aguas siguen batiendo el granito de la playa en Carmel con la misma intensidad con que lo hacían cuando Jeffers escribió sobre ellas. El vecindario se ha vuelto próspero, y la proliferación de estudios en torno a Jeffers es apabullante. El poeta está de nuevo en las antologías de las universidades y entre las preferencias de muchos poetas importantes.
Todo alrededor de él y de este sitio ha cambiado bastante: todo ha sido urbanizado . Ahora, la fama del poeta depende de quienes hablan de él entre hors d’oeuvres , pero, para los lectores que se enfrentan directamente con sus versos, el vigor profético de Jeffers sigue intacto e indómito entre la piedra de su casa y la mirada altiva de los halcones de la montaña.
Gustavo Adolfo Chaves es escritor y traductor. La EUNED acaba de publicar su poemario 'Vida ajena'.