Con un sencilla “buona sera” ha empezado el pontificado de un hombre venido desde “el fin del mundo”. Desde el más profundo sur y desde el corazón de América Latina.
La asunción de Jorge Mario Bergoglio al solio pontificio es, sin duda alguna, un signo de los tiempo. Y la elección del nombre Francisco es, como ha dicho Marsich, “un programa de vida y de acción pastoral”. La opción del pobre de Asís por la fraternidad y la caridad, sin duda, estarán muy presentes en el corazón y las opciones del nuevo Papa que, desde el primer instante, no ha dejado de mostrar signos de cuántos nuevos énfasis llegan con él.
Junto a los cardenales que le eligieron, el papa Francisco (no debe agregarse, como se ha instruido, la numeración hasta que no haya otro papa con este nombre) ha pronunciado, el día siguiente a su elección, su primera homilía y allí habló de movimiento. Y al hablar de esa dinámica del fluir, hizo ver que caminar, edificar y confesar son realidades claves para mantener una dinámica de vida cristiana constante.
En ese encuentro con los cardenales electores y no electores hizo ver –en una celebración marcada también por signos y gestos muy claros– que la vida es un caminar que debe hacerse a la luz del Señor. Mas, eso sí, no se trata de un caminar cualquier, sino marcado por una vida intachable (fácilmente se percibe qué desea dar a entender a cuantos le escuchaban).
El que camina, además, esta llamado a edificar sobre piedras vivas. Así se ha de edificar la esposa de Cristo, esto es, la Iglesia. Construir de otra manera sería repetir lo del niño que construye castillos en la arena y los pierde ante cualquier ola repentina.
Finalmente, hacía ver que el que camina y edifica ha de ser capaz de confesar. De lo contrario “la cosa no va”, dijo varias veces. Si no hay camino, ni se edifica adecuadamente, no hay consistencia. El que no confiesa a Cristo predica lo equivocado, al mismo diablo, como llegaba a decir el gran pensador Leon Bloy.
Mas las cosas no son sencillas. El reto no es fácil de ninguna manera. El papa Francisco lo sabe. Por ello ha dicho que al caminar y edificar se han de esperar y enfrentar sacudidas. Golpes a veces tan fuertes que, en ocasiones, pueden hasta lanzar hacia atrás.
En el cierre de la primera homilía de este Papa llegado a Roma desde “el fin del mundo” hubo otro elemento clave: seguir al que se ama nos permite descubrir su cruz. Ese elemento hace que se tenga una certeza que consiste en la convicción de que hay quien se puede llamar cristiano y ser lo que sea (obispo, cardenal o papa), pero si no se asume la cruz no se es, es mas, no se puede ser, verdaderamente discípulo del Señor. Anunciar un cristianismo que deje de la lado la cruz del Señor es un absurdo.
La única gloria –insistió el Papa al final de su reflexión y en línea de ir a lo esencial– que la Iglesia tiene y anuncia es una: la sangre derramada de Cristo en la cruz. Anunciar esta verdad será el único modo de forjar y construir la Iglesia.
Son ideas exigentes y que van a lo esencial. No hay duda. Mas no solo las ideas. Es claro que el actual sucesor de Cristo es un cristiano que, como buen discípulo de Ignacio de Loyola