Arrancó 2013 con terremoto, sunami y peligro. Rodrigo Arias, político de trayectoria, vasta experiencia y operador de gobierno de notable éxito, retiró su candidatura de las primarias liberacionistas, agobiado por la falta de respaldo popular. El terremoto.
Ondas profundas conmueven las entrañas del partido, dejando sin padrino a seguidores que quedaron guindados de la brocha. Tendrán que buscar sombra, humildes, en la tienda contigua, hasta que esta alcance, por inercia, el caudal completo de la mayor maquinaria electoral de la historia de Costa Rica. El sunami.
En ausencia de una voz divina en oídos soliseños, hay poca tela que cortar. En condiciones como esta, la campaña electoral ya comenzó. Cada frase, cada gesto, tienen significados más allá de sí mismos. En un momento tan delicado, el futuro de Costa Rica vuelve a la picota, bajo la sombra inquietante de las mismas banalidades. El peligro.
Johnny Araya se perfila como el beneficiario de esa inmensa ola que pareciera imparable hasta Zapote. La temprana unidad partidaria, la debacle en las filas contrarias, la espera de Otón de un mensaje celestial y las recetas mágicas de asesores que no querrán proponer novedades que alteren ese curso inevitable, parecieran conspirar para ofrecernos la campaña electoral más aburrida de los tiempos modernos.
Las condiciones están dadas para que nadie quiera arriesgar nuevas propuestas. Mucho menos debatir sobre platinas más decisivas y graves que la insuperable de la Bernardo Soto. La oposición quedó solo con la cantinela de que “ya es mucho tiempo de Liberación Nacional”. Pero, aunque no es argumento, eso bastó en el pasado. Ya conocimos, desgraciadamente para ellos, su primera edición: la Alianza por Costa Rica (sic. ¡Vaya nombrecito!).
En el sunami de una presidencia precocida, arriesgamos hundirnos más, con más de lo mismo. Adivinamos los lugares comunes de nuestro brillo exportador; las nuevas lisonjas a la inversión extranjera, sin contrapartida fiscal; otra vez el cuento de que tal vez no se necesite tanta reforma impositiva; oír nuevamente que es asunto de habilidad hacer funcionar la Asamblea Legislativa; que la Caja ya se está componiendo; del ICE ni que se diga y, en fin, ...bla, bla, bla.
A no ser que... nos sorprenda don Johnny, exponiendo, de par en par, todas nuestras falencias, para buscar, aunque se encuentre profundamente escondida, un asomo de esperanza realmente sostenible.
Los molinos no son de viento y la sabiduría de nuestra mediocridad convencional preferiría no atender en campaña la crónica anunciada de agotamientos históricos, de lo que no ha sido una estrategia sistémica de desarrollo, sino brillantes formas de salir de atolladeros. Con todo en las manos para ganar, sin necesidad de hacer olas, sería realmente meritorio que saliera, insospechado, un Quijote, sin Sancho Panza. ¿Se atreverá don Johnny a sorprendernos con una propuesta integral de remozamiento republicano? Si la corriente es tan arrolladora como parece, ¿por qué no intentarlo?
Decirle, por ejemplo, a los costarricenses que estamos atrapados por el éxito de nuestras conquistas parciales. El control político llevado al paroxismo nos tiene paralizados. El antibipartidismo nos convenció de fragmentarnos hasta la impotencia y a obligarnos a alianzas inverosímiles, para un mínimo de funcionalidad. La judicialización de la política cobró en don Rodrigo su última víctima, quien sin acusación fue enjuiciado y sin juicio, condenado. En una corte desmayó una mínima reforma fiscal tan necesaria. Y hasta sin eso nos quedamos. ¡Disfuncionalidad en todo su esplendor!
Podría auspiciar cambios urgentes y poco populares, incluso entre la misma clase política liberacionista, que a veces pareciera llena de anteojeras, tapaojos, cubre- ojos y viseras, necesarios para contemplar autocomplacida solo lo que quiere ver.
Nuestra exitosa política comercial presenta la paradoja de las victorias parciales. Exportamos per cápita más que nadie en América Latina, pero somos también los que más importamos y cada vez más para exportar menos. Somos campeones de atracción de inversión extranjera directa, pero nuestra productividad total de factores es decreciente. Primeros en exportación de alta tecnología, pero no es nuestra. Y el aparato productivo propiamente nacional es retardatario. La inversión privada doméstica, casi nula. La desigualdad resultante es la única en América Latina que crece. ¡Pero todo con color de rosa!
En todos los demás países latinoamericanos de ingreso y desarrollo humano similar al nuestro, existen políticas fiscales de fomento a la inversión privada en investigación, desarrollo e innovación. ¿Cómo podríamos tenerla nosotros, con tan escasa participación de los ingresos fiscales como proporción del PIB? ¿Cómo incentivar a las multinacionales a encadenarse con las empresas locales, cuando ya se lo dimos todo? Y si, de ser “tan buenas”, quisieran hacerlo motu proprio, ¿cómo encontrar proveedores locales de mayor valor agregado si no hemos tenido una política industrial por décadas?
¿Demasiado complicado eso para una campaña electoral? ¿Bastará “por un futuro mejor”, “hacia adelante” y “sí, se puede”? ¿Nuevas “transferencias” para los pobres? ¿Nuevos “bonos”? ¿Más “avancemos”? Un bostezo profundo se insinúa en el peligrosísimo sunami de lugares comunes, que amenazan una candidatura reputada, desde ya, invencible.
Pero Johnny Araya realmente apenas comienza. Su palabra es aún expectativa, y su plataforma, en proceso. “¡Aún guarda la esperanza la caja de Pandora!”.