He aquí una película donde el tono épico del relato utiliza, como faja de correa, las contradicciones subjetivas de sus personajes, como si fuera una novela de Walter Scott o un poema de lord Byron. Subjetivismo romántico, se le llama, porque toda una época se refleja en sus condiciones reales desde el sentir de los personajes.
Hablo de la buena película danesa Flame y Citrón (2008), dirigida por Ole Christian Madsen, a partir de un guion que, por exhaustivo, más bien deja hilos sueltos.
Se basa en hechos reales, acontecidos en Copenhague, en 1944, cuando la invasión de la Alemania nazi a Dinamarca.
Es la historia de dos patriotas daneses: Bent Faurschou-Hviid, de 23 años y cuyo nombre de guerra es Flame (por su cabello rojo) y Jorgen Haagen Schmith, de 33 años y cuyo nombre de guerra es Citrón (porque había trabajado como mecánico en la planta automotriz de Citroën). Ellos se enfrentan a la invasión alemana, con valentía y absoluto desprendimiento personales, y se suman a la resistencia clandestina en contra de los nazis y de sus colaboradores daneses.
Su método de lucha se acerca a los conceptos terroristas, por más justificados que sean, y se estacionan en la liquidación física de enemigos mediante el asesinato escogido (eliminar a gente importante del nazismo). Esto los diferencia de otro sector de la resistencia, encabezado por los comunistas, quienes pretenden enfrentar la invasión desde la organización patriótica que lleve a una temida insurrección popular.
El tema de las diferencias tácticas está, así, bien planteado. A la vez, desde nuestra butaca, somos testigos de los dilemas personales de los patriotas en el clandestinaje, mediante el encarnado retrato de sus relaciones con las familias que han dejado atrás, sean esposas, amantes, hijos o padres. Eso sí, el filme evita el esquematismo en el retrato de los personajes, lo que es uno de sus méritos.
Brevemente, pero con claridad en sus parlamentos, la película toca uno de los temas que más me impactan sobre el asunto judío y que he visto en otros filmes igualmente señalado: vemos cómo las distintas resistencias nacionales se encargaban de poner a salvo a los judíos, pero estos no se sumaban a pelear junto a dichas resistencias. Cada vez que puede, tal indicio es referido en el cine europeo, en películas sobre la guerra antifascista.
La riqueza temática de la cinta Flame y Citrón , su carácter epónimo, su acercamiento a los héroes como en un cantar de gesta, el reflejo de las contradicciones, las aristas del relato no tendrían el impacto tenso si no fuera por la estupenda fotografía que muestra, siempre con el oportuno apoyo de la música, los hechos históricos se posesionan de nosotros mediante la cinematografía y, mientras tanto, discurren por un acentuado pentagrama.
Las actuaciones son otro plus de la película: aquí no hay actor malo, es portentosa esta escuela histriónica con actores de carácter.
Uno podría ver Flame y Citrón solo por ver actuaciones y asombrarse por ellas, pero lo cierto es que el filme tiene cosas muy importantes de qué hablar, mucho que comunicarnos: en ese afán, el tratamiento del relato se nos muestra estéticamente rico.
Tal vez el ritmo se aletargue en la narración de lo hechos, pero es que la cinta apuesta más bien a la llamada tensión interna, la que nos llega desde las vivencias existenciales de los personajes, de sus valentías y miedos, de sus osadías y resquemores. Flame y Citrón se exhibe dentro del festival Cámara Alternativa, que ofrece Cinemark en Escazú. Sea esta crítica un llamado para que la cinta no pase por alto a los ojos de los cinéfilos.