Lo acepto. Cuando vi el anuncio en televisión, me dije: ‘Eso es lo que yo necesito. ¡Fácil, cómodo y sin esfuerzo!’ Un pequeño artefacto que tonifica los músculos a través de impulsos eléctricos era lo que necesitaba para reafirmar mi abdomen tras dar a luz por cesárea hace pocos meses.
Y como nada perdía con intentarlo, visité uno de los locales donde vendían el artilugio y salí autojustificándome: qué bien, había hallado un camino rápido para recuperar la figura y hasta me dieron ¡dos aparatos por el precio de uno!
La dependiente de la tienda me dijo que debía darme los “electrochoques” sobre los músculos del vientre, 10 ó 15 minutos al día, para que en un corto plazo (nunca habló de un plazo específico), pudiera lucir trajes de baño de dos piezas.
Rápidamente, la joven también me mostró cómo se usaba el aparato, solo que ella se lo colocó sobre los músculos de los hombros y ¡oh!, los bíceps le brincaron como si estuvieran vivos.
En el estómago, pensé, podría hacer maravillas. Sería como practicar muchos abdominales ¡sin hacerlos!
Para quienes no conocen de qué estoy hablando, les cuento que se trata de dos pequeñas unidades (similares a un control de alarma de automóvil), conectadas por un cable. Estas se colocan sobre la piel (gracias a unas almohadillas adheribles que, desde el principio, amenazan con perder pronto su pegamento) y emiten impulsos eléctricos negativos y positivos sobre las zonas del cuerpo que se desea tonificar.
Se le llama “gimnasia pasiva”, un método empleado en rehabilitación y medicina deportiva. Lo anterior porque –según investigué– no involucra las articulaciones, elimina contracturas y ayuda a recuperarse de problemas de fatiga muscular, entre otros beneficios.
Más impresionante es lo que dice la publicidad en Internet sobre esta máquina: “el sistema está basado en la misma tecnología utilizada por los astronautas de la NASA para reducir al mínimo los efectos nocivos de la gravedad cero”.
Con esa información en mente, inicié la rutina con el año nuevo. En diciembre lo había utilizado de forma esporádica, pero en enero asumí el compromiso con total seriedad.
Al principio no tenía muy claro cuál era el momento ideal para “electroejercitarme”. La vendedora no dio ninguna recomendación al respecto y yo comencé a usar el aparato en las noches, 15 minutos cada vez (transcurrido ese tiempo, el producto se apaga automáticamente y hay que volverlo a encender si uno desea colocarlo en otro sitio). Sin embargo, ¿era conveniente hacerlo después de cenar? Temerosa de una congestión (estaba haciendo algo parecido a abdominales, a fin de cuentas), cambié el horario para la mañana, antes del desayuno. Lo bueno es que podía ver televisión o leer el periódico mientras sacaba estoicamente la tarea. Ni una gota de sudor, ni quedaba adolorida.
Lo que sí se me complicó fue elegir el programa. El electroestimulador posee seis modalidades, cada una con diez niveles de potencia, que van desde un masaje relajante hasta una fuerte estimulación muscular. Después de probar todas las alternativas por varios días, opté por la primera y me incliné por una intensidad moderada. Si le aumentaba la fuerza, tenía la desagradable sensación de que me estaban pellizcando la piel del abdomen y si se la bajaba, sentía cosquillas.
Para entonces, ya había comenzado a perder el entusiasmo, porque, a decir verdad, el panorama seguía siendo el mismo y los tirones eléctricos ya no me parecían tan graciosos. Sin embargo, no culpaba a la máquina; tal vez, la estaba usando de modo incorrecto. Pero ¿cómo saberlo?, si las instrucciones que traía eran mínimas.
¿En medio del ombligo? ¿Un poco más abajo? ¿O más arriba? Confundida, tomé como ejemplo las fotografías de los dos jóvenes esbeltos y torneados de la caja, que sugerían dónde colocarse el aparato.
¿Luciría como ellos al cabo de un mes? Obviamente no. Para nadie es un secreto que esos cuerpos solo se consiguen sudado la gota gorda en el gimnasio. Por eso, me dije enojada al cabo de tres semanas: “no más excusas: a hacer ejercicio”.
¿Que si seguiré dándome “electrochoques”? Creo que ya no con la misma regularidad, porque confieso estar desencantada con los resultados o, más bien, con la ausencia de estos. No obstante, como me dieron “dos por uno”, tendré que buscar la forma de sacarles provecho. ¡Se escuchan sugerencias!