En una mitad de la pantalla, la libertaria Marielos Alfaro sostenía una sonrisa eterna, incómoda, robótica, digna de anuncio de pasta dental.
En el otro 50% del televisor, Víctor Emilio Granados luchaba por disimular su rostro repleto de incertidumbres, optando por mostrar un talante triunfalista mientras tragaba grueso.
Faltaban pocos segundos para que se anunciara al nuevo presidente del Primer Poder de la República y las dos caras se entrenaban simultáneamente para la alegría o la debacle.
Aquello parecía la nominación a un premio Óscar (no Arias), donde todas las miradas y las cámaras se concentran en los candidatos, siempre dejando espacio para sorpresas.
Al otro lado del salón de sesiones, junto al conteo de las papeletas, Alicia Fournier hizo una señal de victoria para la yunta PASE-PLN. Fue entonces cuando a Granados se le soltó el nudo en la garganta.
Acto seguido, sus compinches se le acercaron con abrazos de júbilo, que privaban de libertad al emocionado diputado.
En medio melodrama, al representante del PASE se le salieron las lágrimas, quizá de camaleón, quizá de cocodrilo... Era inevitable no querer presenciar aquella acuosa escena.
Detrás de él, había otra fila de abrazos. Pero estos eran de pésame, todos en plena curul de la libertaria Alfaro, quien ya se había despojado de su sonrisa.
A su lado, Danilo Cubero se aferraba a su silla con cara de pesar, agachando la cresta. La faz del legislador develaba la frustración de quien confiaba en su propia espuela, antes de que le cortaran las alas.
Por el contrario, otros pudieron levantar el semblante cuando alguien más los propuso para un puesto del Directorio.
Así sucedió con Justo Orozco, quien inclusive se acomodó el tupé en señal de orgullo, mientras Luis Gerardo Villanueva se deshacía en halagos, casi lanzándole flores.
A veces, de eso se trata la política en las intermitentes alianzas en cuesta de Moras.