La exposición Grabados brasileños del siglo XX nos llenó de recuerdos. Volver a ver obras de Alfredo Volpi nos evocó los años 70, cuando debatíamos por noches enteras si Volpi u otro merecía el Premio de Cultura Gabriela Mistral, otorgado por la OEA, que era dirigida entonces por el ilustre secretario general João Baena Soares.
Finalmente fue Volpi el elegido, considerando sus casi 100 años, consumidos en la simpleza y la frescura de sus trabajos, enraizados en lo popular de ese gran país, el Brasil.
Quedan firmes las evocaciones del grabador Franz Krajcberg y todos los que consideran que el grabado impreso sin color, en el blanco del papel, sigue disputándose el primer lugar con los aguafuertes en relieve impresos en blanco y negro.
Ambas impresiones, en blanco y negro y sin color, tendrán siempre el sitio de honor porque con la impresión sin color aparecerán todas las sutilezas del tramado, la huella instrumental del creador a través del metal.
Con la impresión en blanco y negro se nos describe la intimidad embestida por los trajines de dulzura o berrinche del artista.
Algunas de estas almas desbocadas de los grabadores plasman los recuerdos vivenciales con su temática intimista, otros con las imágenes trascendidas del ambiente folclorista, donde se juntan no solo la alegría y la tristeza emparentada en lo creativo, sino que se descubre ese olor visual auditivamente exteriorizado del misterio.
Asimismo, encontramos representada otra modalidad que no pertenece al arte multiejemplar del grabado, la monocopia, pero que hoy se ha introducido como grabado, sin serlo.
La monocopia, o monotipio, podría considerarse esa facilidad que buscan algunos artistas que se niegan a batallar con el metal, la madera o la tela.
Una añoranza que se alivia en esta muestra que nos ofrece el Brasil, es la de encontrar cuadros de dos artistas singulares de ese país, quienes se desarrollaron o terminaron de realizarse en Francia: Sérgio de Camargo y Arthur Luiz Piza.
Hay algo significativo en Arthur Luiz Piza, y es que precisamente es un artista grabador que se formó en Francia con William Harter, grabador inglés, creador del taller 17, en el Distrito V de Montparnasse, pero logró desprenderse de su mentor para entrar en el mundo de la abstracción geométrica, simbólica, convirtiéndola en un proyecto propio y original.
Ese colega lograba fabricar sus herramientas de la más compleja variedad: buriles de todos los tamaños para realizar sus grabados en la técnica de la talla dulce, que luego imprime en color.
El relieve diverso y exquisito lo logra a través del tamaño y la forma de cada buril. Además, sin enajenarse del soporte que ve nacer su obra, logra valorar el contorno de la plancha con la que forma un todo.
Una particularidad en el concepto creativo la brinda el también presente Franz Krajcberg. Él fue uno de los artistas pioneros en el concepto ambientalista y en los trabajos sobre papel impresos en relieve y sin color, y se metió en el mundo mágico de la huella, blanca como la presencia humana.
Aprender en cualquier país técnicas desconocidas, luego digerirlas hasta encontrar la naturaleza interna regional que cada artista posee, tiene una exigencia para evitar convertirse en repetidores de culturas y maneras ajenas a nuestro sentir intrínseco o regional.
Modelos de esa actitud honrada y perseverante son Arthur Luiz Piza y Franz Krajcberg. El uno emigró a Francia y asimiló el nuevo conocimiento adecuándolo al mundo propio; el otro, habiendo nacido en Polonia, emigró al Brasil y se identificó con el espacio ambiental del territorio amazónico y el noroeste del país.
Esperamos que ahora, después de esta muestra de grabadores brasileños, se unan otros países. Así se irán enriqueciendo en esta disciplina, el grabado, y en especial en el grabado sobre metal, que, en el caso de Costa Rica, tiene casi 30 años de cultivarse.