Recientemente, en declaraciones sobre el financiamiento partidario y el necesario fortalecimiento que debe acompañar a los partidos políticos, el magistrado presidente del TSE manifestaba apreciaciones que resultan oportunas –por su fortaleza– reiterar.
Sostenía el magistrado Luis Antonio Sobrado el error que cometemos al intentar ver a los partidos políticos como algo distante a la ciudadanía y, más aún, lo inoportuno del simplismo que lleva a afirmar que tenemos una clase política corrupta y un pueblo impoluto.
Expresamente señalaba: “Los partidos políticos no son más que asociaciones de ciudadanos, de ciudadanos que se agrupan para participar en política, y las grandezas o miserias de esos partidos políticos no son otra cosa que las grandezas y miserias en realidad de la ciudadanía”.
Ciudadanía vs. partidos. Pareciera como si a la instaurada satanización de la política le acompaña un fenómeno paralelo de beatificación de ciudadanos, de suerte que “nos comemos” a los partidos políticos en todo foro posible, pero no nos vemos ni criticamos en el espejo cuando evadimos al fisco, “rayamos” por la derecha, no se paga a la Caja o nos saltamos una fila.
Demonios unos, ángeles otros, sin entrar en razón que somos de los mismos, que todos formamos parte de un mismo conglomerado social. Los partidos políticos son agrupaciones de ciudadanos, los ciudadanos –entre otras asociaciones– optan por integrarse bajo partidos políticos.
No hay partidos sin ciudadanos, y no hay participación política-electoral de ciudadanos sin partidos.
Falsa dicotomía. Debe eliminarse esa falsa dicotomía que se quiere crear entre ciudadanía y partidos políticos (parte del lamentable discurso antipolítica) y en el cual también se quiere enmarcar al voto preferente.
El voto preferente permite escoger a quienes ocuparán los primeros lugares en la lista de candidatos (a diputados) que propone un partido. Actualmente, el diseño electoral costarricense establece una lista cerrada y bloqueada donde no puede modificarse el orden y tampoco pueden introducirse nuevos candidatos, se vota entonces por una lista según previamente la definió el partido.
Es cierto que el voto preferente empodera al ciudadano al ampliarle la oferta de candidatos, pero las consecuencias políticas de esa modalidad tienen un costo a lo interno de los partidos y no necesariamente derivan en la selección de “mejores” candidatos. Si la crítica lo es a sectores y a cómo se distribuyen las cuotas de poder a lo interno de los partidos políticos, su reestructuración y democratización pasa por una ciudadanía involucrada activamente en éstos, sea denunciando y cambiando lo que se estime de los actuales, o bien creando nuevas opciones. En la política no hay vacíos, está en todos los ciudadanos decir quienes llenan éstos, por acción o por omisión.
Desde la academia, destacados autores en el tema, como Rahat y Hazan (2006), apuntan que al integrar la variable democrática en la selección de candidatos, los partidos deberían buscar un método de selección que logre balancear de manera óptima diversas dimensiones en juego, tales como: participación, representación, competencia y responsabilidad, esto porque las consecuencias políticas han revelado que “mayor democracia en una dimensión no deriva en mayor democracia en otra dimensión”.
Justamente, una oportuna valoración de costos y beneficios es la que debe primar en toda eventual reforma que sobre el sistema electoral quiera efectuarse, no vaya a resultar, como ya se ha insistido, en que la medicina resulte peor que la enfermedad.