NUEVA YORK (AP) _ Angel Corella, el gallardo bailarín español del American Ballet Theatre, se despide después de 17 años de la compañía para enfocarse en el Ballet de Barcelona que fundó y que dirige.
El astro de 36 años bailaba el jueves por última vez El lago de los cisnes para el ballet con sede en Nueva York, antes de partir a su natal España, donde continuará danzando.
Creo que es bueno cerrar un capítulo y no dejarlo impreciso, dice un relajado Corella durante un receso en sus ensayos en la Opera Metropolitana, que alberga el ballet. Creo que es mejor decir que hasta aquí llegué.
Es difícil calcularle la edad a Corella, cuyo estilo juvenil lo acentúan sus jeans y sudadera con capucha. Pero el cuerpo no engaña: le faltan cuatro años para cumplir los 40, edad a la cual muchos bailarines ya han seguido adelante con sus vidas, ya sea por decisión propia o por necesidad.
Para Corella también fue el hecho de entender que simplemente necesitaba decidirse entre dos vidas. Por varios años dividió su tiempo entre España, donde ha creado una compañía de ballet clásico en un país que no tenía, y Nueva York, donde ABT presenta una ajetreada temporada primaveral de ocho semanas.
Aunque le dieron menos papeles en ABT los últimos años _lo que frustró a muchos de sus fans_, esta temporada trabajó más. Pero hace unos meses, en un viaje a Tbilisi, Georgia, para celebrar a la renombrada bailarina Nina Ananiashvili, tuvo unos días para pensar.
Me di cuenta de lo estresado que estaba, dijo. Realmente es imposible hacerlo todo. Me dije, Bueno, llegó la hora.
Corella dice que inicialmente pensó que simplemente bailaría El lago de los cisnes y se despediría, retirándose sin anuncios ni fanfarria. Pero el director artístico del ABT Kevin McKenzie no opinó lo mismo. Tenemos que hacer una celebración, dijo McKenzie, según Corella.
El hecho de que Corella pensó que podía escabullirse por la noche indica que no está completamente consciente del gran afecto que el público le tiene. Pero se apresura a asegurar lo contrario: Eso es lo que más extrañaré. Cada vez que salgo al escenario siento que recibo un gran abrazo del público.
Corella se crió a las afueras de Madrid, el único varón en su familia, y sufrió las burlas de sus compañeros de la escuela en su juventud, que incluso llegaron a tirarle piedras por su amor a la danza.
Fue una de sus tres hermanas, Carmen, la que lo llevó a rastras a tomar clases de ballet (ella ahora es una primera bailarina del Ballet de Barcelona). El joven Angel pronto comenzó a recibir premios y su medalla de oro en una importante competencia en París en 1994 llevó a una oferta para unirse al ABT a los 19 años, como solista. Llegó a Estados Unidos prácticamente sin hablar nada de inglés.
Yo sólo sonreía cuando la gente me decía cosas en inglés, recordó Corella entre risas. Así que todos decían que yo tenía esta eterna sonrisa. De hecho, en realidad soy muy intenso.
La compenetración entre Corella y el público de Nueva York fue inmediata. Sólo 10 meses después, fue ascendido a primer bailarín, un astro instantáneo debido a sus extraordinarios saltos y en especial sus impresionantes giros.
Siempre he sido muy afortunado con los giros, reconoce Corella con timidez de las múltiples piruetas que puede hacer. En algún momento de su vida llegó a 30 revoluciones en una vuelta. Solíamos hacer competencias con otros bailarines, pero nunca me dejaban participar, dice entre risas.
Bendecido con abundante talento físico, Corella también disfruta de una memoria fotográfica: imagine lo que significa para un bailarín y ocasional coreógrafo no necesitar apuntar los pasos, nunca; saber el papel de cada quien en cada ballet, desde los roles principales hasta los de relleno, de sólo verlos una vez.
A veces en la compañía piensan que soy un bicho raro, bromea.
Pero su don también puede resultarle una maldición. Corella tiene tanto en su cabeza que a menudo le cuesta conciliar el sueño. Tengo que ver episodios de Scooby-Doo para calmarme, confesó.