En el 2010 se cumplieron 40 años de la muerte de Bertrand Russell (1872-1970), quien en 1937 había escrito un obituario jocoso en el que se describía como el último superviviente de una época ya ida. Podría haber añadido que esa era la época en que ni el relativismo sin compromisos del pensamiento blando ni la propaganda dura de ideologías no cuestionadas habían sustituido el pensamiento flexible e independiente, que en algunos de sus escritos llega a la sabiduría.
Matemático, lógico, filósofo, ensayista y activista político, el Premio Nobel que recibió en 1950 fue sin embargo en literatura. El libro de Álvaro Carvajal tiene el acierto de recoger la primera página de la Autobiografía , uno de los textos más sublimes que se han escrito en la historia de una actividad que etimológicamente significa “amor a la sabiduría”, pero que en muchos autores ha sido por desgracia defensa de la tiranía.
La lista de escritos de Russell es muy larga, pero en su libro recién publicado Álvaro Carvajal Villaplana se centra en las relaciones entre ética y política, tema que aparece en forma fragmentaria y que varió a lo largo de los años.
Sin embargo, la bibliografía que aparece al final de esta obra tiene una utilidad que va más allá del tema escogido.
Además, se incluye una cronología del autor estudiado y –digno de mencionarse en un libro publicado en español– aparece un índice analítico. Autores y editoriales de España y América Latina siguen con la lamentable costumbre, desconocida en otras latitudes, de publicar obras eruditas sin índice analítico, como si uno tuviera el tiempo y la paciencia para leer todo el volumen cada vez que necesita localizar una referencia.
“Analítica” también se llama la orientación filosófica en la que se ubica Russell, orientación cuyos miembros tuvieron claro que, sin la distinción entre bueno y malo, no hay ética, de un modo semejante a como tampoco hay lógica sin la distinción entre válido e inválido.
Russell se ocupó ampliamente de la política, no solo en teoría sino en la práctica. Sus obras combinan la reflexión con una experiencia muy variada en la docencia universitaria y en el activismo social.
Mientras los filósofos con frecuencia se enredan en posiciones que niegan la importancia de la ética en la política o caen en el relativismo que confunde la ética con la antropología cultural, las multitudes generalmente muestran mayor claridad al respecto.
Los regímenes corruptos e injustos pierden la legitimidad tarde o temprano, y a veces solo consiguen continuar en el poder gracias a la violencia. Como todo ciudadano, los políticos son juzgados por sus acciones deliberadas, no por las excusas que dan para justificarlas.
Dada la inmensa producción russelliana y su actitud autocrítica (“La ortodoxia es la tumba del pensamiento”, dijo alguna vez), es de esperar que haya cambios y épocas diferentes en sus ideas sobre el tema. Carvajal distingue tres: el objetivista (1900-1914), el subjetivista (1914-1940) y el de síntesis (1940-1970).
En cada uno de esos periodos se plantea la relación existente entre deseos, emociones, creencias, valores y acciones. Lo que tienen en común, según la hipótesis que se plantea en la página 23, es que el pensamiento ético-político de Russell se vincula con su visión del mundo en cada uno de los periodos señalados.
Mientras la relación entre pasión y razón es el tema de la primera parte, la segunda se centra en las relaciones entre política, violencia y pacifismo. Aquí encontramos de nuevo cambios y conflictos, que el autor consigue narrar con precisión y amenidad.
Russell vuelve con frecuencia al problema que planteó David Hume con claridad: ¿es la razón esclava de las pasiones? Si la respuesta es positiva, ¿cómo podemos aspirar a vivir en sociedad sin destruirnos unos a otros?
Parte de la respuesta teórica de Russell fue su propuesta de un gobierno universal con la exclusividad del poder para poner orden entre los pueblos, y una parte de su respuesta práctica a las amenazas en las relaciones internacionales fue su participación en la crisis de los misiles de 1962.
A ese punto dedica Carvajal un detallado capítulo que merecería ser leído incluso si el lector no se interesase por el resto del libro.
El autor es catedrático de la Escuela de Filosofía de la UCR.