Durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, se le preguntó al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, cuáles habían sido los tres libros que más le habían marcado en su vida personal y en su trayectoria política. La respuesta de Peña Nieto se extendió por casi cinco acongojantes minutos, durante los cuales su cultura se reveló en toda su honda vacuidad.
“Pues he leído varias novelas que... me gustaron... pero tampoco podría dar los títulos de los libros... La Biblia es uno...”... “mira, realmente no podría yo señalar algún libro que me haya marcado de forma específica mi vocación”. Cinco minutos durante los cuales el ánimo se vuelve camaleónico, ora embargado por la verguenza ajena, ora por la indignación ante el hecho de que semejante eminencia llegue a ocupar la presidencia de la patria de Juan Rulfo...
A este personaje creyó el Gobierno necesario otorgarle la máxima distinción diplomática , condecorándolo con la medalla de la Orden Nacional Juan Mora Fernández, y entregándole, la Municipalidad de San José, las llaves de la ciudad. Para fortalecer los lazos diplomáticos con la nación mexicana –independientemente de la pertinencia o no de este objetivo– ¿era necesario llegar hasta ahí?
El Gobierno se ufana de recibir a Peña Nieto con lo que se presenta como la fuerza del país: estudiantes, no militares. El cliché no va más allá de la imagen folclórica e irreal de un país cuyas escuelas fracasan en la enseñanza de la lectura y la escritura, en el que más de la mitad de la población no lee libros , según la Encuesta nacional de hábitos y prácticas culturales dada a conocer en el 2012.
El Ministro Garnier habla de una “educación subversiva”, que no busca producir mentes obedientes, sino formar personas críticas. Y ¿qué es más transgresor que la lectura? ¿Qué se hace entonces, en concreto, para que el estudiantado adquiera el placer de los libros?
En una época en la que las tentativas por pensar una educación humanista se ahogan en un discurso que reduce el aprendizaje a fines meramente utilitarios (educación para el desarrollo; educación para mayor competitividad...), cultivar el puro placer gratuito por la lectura ¿no es acaso una de las mejores formas de resistencia?
“Todo lector es un disidente en potencia”, dice María Elena Walsh. “La lectura no da plata, no da prestigio, no es canjeable, no sirve para nada”. La poesia, escribe, “es sobre todo una actitud frente a la vida, una forma de sensibilidad”. No sirve de nada, pero da placer y pensamiento. Por eso es tan peligrosa para cualquier tipo de poder. lsaenz@nacion.com