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Adoración del becerro de oro

Donar lo que a uno le sobra es autopromoción

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Nelson Rockefeller, Howard Hugues, Aristóteles Onassis, Donald Trump' es una cuestión de sentido común. No hay ninguna forma, ninguna forma posible de acumular tales fortunas sin haber hecho infelices a miles de seres humanos, sin haberlos deslomado, explotado, usado. Indecente, inmoral, pestilente. Mi sanción no es legal –no podría serlo–, es ética. Repito: bajo ninguna circunstancia es posible amasar tan obscenas cantidades de dinero sin pasar por encima de mucha, muchísima gente. Desde un punto de vista humano y moral, todo el dinero que han generado es dinero mal habido. Porque el capital se construyó sobre la miseria y la privación de otros. Porque esos “otros” fueron instrumentalizados, convertidos en tornillos de un enorme engranaje productivo, porque fueron vejados en su dignidad y en su integridad, porque fueron privados de todo lo que en ellos constituye la especificidad de la criatura humana. No es una cuestión de “sensibilidad social” (expresión que detesto) o de súbito enternecimiento ante las desigualdades sociales. Las desigualdades son constitutivas de la naturaleza humana. Lo que es más, son necesarias y saludables. Siempre he censurado el igualamiento y la homogeneización del ser humano (talento, inteligencia, belleza, credo religioso, posición en la historia, reconocimiento, excelencia, liderazgo, capacidad de amor, culpa, mérito, autoridad). Lo que no es saludable es construir íntegramente la propia felicidad sobre el dolor de los demás. Aun desde el punto de vista utilitarista de John Stuart Mill es tal cosa inaceptable. Un asunto de economía de la felicidad y la miseria. ¿Para qué repetir sus nombres, o las ocasionales causas filantrópicas a las que, como mecanismo de des-culpabilización, consagraron quizás alguna escupa de su espesa, inagotable saliva de fagocitos? Ya no hablemos de lo que su “munificencia” les aporta en términos de imagen, de publicidad, de beneficios fiscales. Donar lo que a uno le sobra no es generosidad, es autopromoción. “Que no se entere tu mano izquierda de lo que da la derecha”, dice Jesucristo. Pero aquí el asunto es que se entere el cuerpo entero. Lo mismo pienso de las teletones y de todos los actos de ese jaez, dictados por el remordimiento más que por la voluntad sincera de cambiar un sistema podrido. Las “celebridades” que se deshacen del dinero que ya no tienen dónde meter, la invierten en causas suficientemente visibles, y por eso son beatificadas. El doctor Albert Schweitzer, la Madre Teresa de Calcuta, ambos premios Nobel de la paz, esa es la madera humana que necesitamos desesperadamente. ¡Pero la repulsiva vedetilla de Donald Trump! Para mí –unos más que otros– no son, no serán nunca más que amebas, astutos parásitos cebados en la sangre de la gimiente humanidad.








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