En los alrededores del volcán Turrialba, en Cartago, una pieza de acero colocada a la intemperie puede desaparecerse por completo en tan solo un año.
Así lo advierten los resultados preliminares de un estudio hecho por la Escuela de Ciencia e Ingeniería de los Materiales del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) y el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica, de la Universidad Nacional (Ovsicori/UNA).
Aunque esto pueda sonar a ciencia ficción o incluso, a un acto de magia, la realidad es que la desaparición de este material es producto de un fenómeno natural llamado corrosión.
En presencia de la altísima humedad del ambiente del Turrialba –de más del 80%– y de la enorme concentración de gases –que según Ovsicori es de entre 200 y 700 toneladas de dióxido de sulfuro (SO2) al día–, este fenómeno de corrosión se agrava.
“El ambiente en los alrededores del Turrialba es realmente de los más agresivos que se registran”, explica la ingeniera y experta en materiales del TEC Galina Pridybail.
Por ejemplo, la científica detalló que existe una normativa internacional para diferenciar en cinco categorías a qué velocidad se desgastan los materiales en un entorno.
Según esta normativa estándar –utilizada en unos 14 países–, la primera categoría (C1) corresponde a un sitio como Cusco, Perú, donde no hay contaminación atmosférica y el aire es muy seco.
En ese mismo orden, la tercera categoría (C3) es una atmósfera promedio o normal.
La categoría máxima o C5, equivale a sitios muy contaminados y húmedos propios de zonas donde hay fuerte presencia de la industria metalúrgica, explicó Pridybail.
“En los alrededores del volcán Turrialba los valores de humedad y contaminación atmosférica superan incluso los contemplados en la categoría máxima de agresividad ambiental o C5”, alertó la ingeniera del TEC.
El nuevo reporte científico reconoce entonces que la agresividad atmosférica allí ocurre porque los gases volcánicos –que predominan en el aire– se mezclan con la humedad del entorno y forman ácidos sulfurosos que luego se precipitan al suelo y ayudan con el rápido deterioro de los materiales.
Láminas de acero de 1,5 milímetros de grosor fueron colocadas estratégicamente junto a bisagras, llaves y cucharas de cocina, al aire libre. Todas las piezas eran retiradas periódicamente cada uno o dos meses para llevarlas al laboratorio, lavarlas y medirles la pérdida de peso.
Fue así como detectaron que después de solo los primeros dos meses de exposición, las láminas de acero empezaron a mostrar severos signos de deterioro.
Cuando se cumplían ocho meses del estudio, estas mismas láminas tenían muchos más daños.
Finalmente, las piezas se dañaron por completo al sobrepasar los 12 meses, aseguran los especialistas.
El comportamiento de otros materiales como el cobre fue más difícil de entender “porque tienen procesos de deterioro distintos”, aseveraron los científicos.
Por ejemplo, las piezas de cobre o de aluminio expuestas a este entorno reaccionaron cambiando de tonalidad a solo unos días de exposición ambiental. Luego, se les fue formando como una especie de capa de óxidos que protege ese material, “una capa que el agua de lluvia no lava”, dijo Pridybailo.
En estos casos, hasta que la corrosión llegó a deshacer esa capa de óxidos, el material también se desintegró, solo que lo hizo de forma localizada, como si fueran picaduras y no uniformemente.
“Eso es algo que tendremos que seguir investigando para entenderlo mejor y advertir qué está pasando en las estructuras cercanas al volcán”, dijo la ingeniera.
Entre esas estructuras se podrían contar las casas, barandas, vehículos, el tendido eléctrico de la zona y las herramientas agrícolas.
Eliécer Duarte, experto del Ovsicori aseguró que este estudio es vital porque plantea la necesidad de continuar investigando en el sitio para entender qué pasa al interior del coloso, pero además, aprender cómo se comportan los materiales inertes y también los seres vivos alrededor de un volcán.