Diez años atrás tuvo lugar el último viaje de Juan Pablo II a su amada Polonia, durante el cual consagró solemnemente el mundo entero a la Divina Misericordia. Lo vivido durante la visita hizo que esta se constituyera en un inolvidable evento histórico.
El 18 de agosto, casi 3 millones de polacos se congregaron en la explanada de Blonia, en Cracovia, para acoger al Papa y celebrar con él la santa misa. Es la multitud más grande que se haya reunido en Europa, y la segunda a nivel mundial, superada únicamente por la santa misa con el Papa en Filipinas: 4 millones.
Quienes estuvieron presentes en Blonia afirman que no es posible describir fielmente lo vivido, a partir del momento en que el papamóvil empezó a abrirse paso entre aquel mar de gente, la cual se hizo una sola voz para recibir al Papa con cantos polacos que, con la mayor emoción, le eran dedicados como tributo de amor.
“Hermanos y hermanas, Dios, rico en misericordia, es el lema de esta peregrinación. Es su proclama (') Aquí, en Cracovia, en Lagiewniki, esta verdad tuvo su revelación particular. Desde aquí, gracias al humilde servicio de una insólita testigo, Santa Faustina, resuena el mensaje evangélico del amor misericordioso de Dios”. “Dios, rico en misericordia, revela todos los días en Cristo su amor. Él, Cristo resucitado, dice a cada uno y a cada una de vosotros: ¡No temas! Soy el primero y el último, el que vive, estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos (Ap. 1, 17-18). Esta es la proclamación de la Divina Misericordia, que traigo hoy a mi patria y a mis compatriotas: ¡No temas! Confía en Dios, que es rico en misericordia. Cristo, el infalible dador de la esperanza, está contigo.”
Con estas palabras, pronunciadas al llegar al aeropuerto el día 16, el Papa anunciaba lo que sería el hilo conductor de toda su visita. Interesantemente, podemos notar que esta fue no solo la proclama de este viaje, sino la proclama de todo su pontificado –su mensaje al mundo– cuyas raíces más profundas nos llevan justamente hasta el Santuario de la Divina Misericordia, de Cracovia-Lagiewniki, cuya nueva basílica estaría dedicando el día 17.
Al dedicar el nuevo templo, el Papa consagró solemnemente el mundo entero a la Divina Misericordia. “Dios, Padre Misericordioso, que has revelado tu amor en tu hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre. Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la Tierra experimenten tu misericordia, para que en Ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de esperanza. Padre Eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”.
El Papa afirmó durante el acto de consagración: “Lo hago con el ardiente deseo de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de Santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la Tierra y llene sus corazones de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo (...) Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad”.
Resultó particularmente emotivo cuando el anciano Santo Padre, espontáneamente, alzó la vista y señaló el camino de acceso al Santuario, contando, con la familiaridad e intimidad propia de un padre a sus hijos, que por ahí caminaba todos los días, siendo un joven obrero industrial durante la ocupación nazi. Contó que lo hacía calzando zapatos de madera, ante la pobreza y escasez que se vivían entonces en Polonia, exclamando: ¡quién hubiera jamás podido imaginar, en aquel entonces, que muchos años después regresaría, como Papa, a dedicar esta nueva basílica dedicada a la Divina Misericordia! Ciertamente, para el ser humano resultaba imposible pronosticar lo que acontecería con los años, pero en los planes de Dios ya estaba que aquel joven obrero, que se detenía diariamente a orar en la capilla del convento, hiciera la parte que Dios le tenía asignada en esta misión, tal como Santa Faustina había hecho la suya en los años previos. La obra necesitaba del aporte de ambos.
El mensaje de la Divina Misericordia... ¿Una devoción particular? ¿Una escuela de espiritualidad? Ciertamente más, mucho más... para Juan Pablo II: la única fuente de esperanza y de salvación para una humanidad que, siguiendo los pasos del hijo pródigo de la parábola (Cf Lc.15), se aleja de Dios reclamando el derecho a disponer –a su manera– de lo que considera suyo. En esa parábola se encuentra la clave para comprender los signos de los tiempos –colectiva e individualmente– y la tabla de salvación para quienes decidan aceptarla: el regreso a Dios, quien eternamente es un Padre rico en Misericordia.