Cuando era niño, yo quería convertirme en un adulto con mucho bigote y pelo en el pecho. A mis treinta y tantos he conseguido solo un décimo de la meta: tengo el vello facial de don Mario Moreno. Por eso no me hace falta decir palabra para cantinflear; me basta con guardar la Gillette por un par de semanas.
Para el niño que fui, los pelos anunciaban hombría y, más importante, madurez. Los modelos de masculinidad de mi niñez eran Tom Selleck y Burt Reynolds, Harrison Ford y Ramón Valdés. La juventud aspiraba a ser un varón masculino, crecido y maduro. Creo que el caso de las mujeres no era distinto.
Hace unas semanas, la revista Viva publicó varias fotos con actrices de Hollywood de las décadas de los años 40, 50 y 60. Había una página preciosa, en blanco y negro, que retrataba esa belleza de luces sobreexpuestas tan propia de aquellas épocas. No sé cuántos años habrá tenido Doris Day, Zsa Zsa Gabor o, mi favorita, Jane Fonda. Lo cierto es que todas querían parecerse a unas señoras sofisticadas en sus 30. La belleza sacaba la cédula de identidad por aquellas edades.
Antes, la muchachada quería señorío; hoy, la señorada quiere juventud. Humphrey Bogart quedó obsoleto, y Tom Cruise parece demasiado empeñado en interpretar al adolescente de Risky Business . La muchacha tirada a grande que fue Marilyn Monroe está muerta; Madonna sigue viva, y a sus cincuenta y tantos se ha resignado a parecer una señora de 39 años pero, eso sí, con la dinamita de una chica de 20.
El rejuvenecimiento de la farándula vino aparejado con una baja en la testosterona en el caso de los varones estrella. Ello nos ha hecho ver partes más delicadas de la hombría, afortunadamente. A todos nos gusta oír cantar a Pedro Infante; todos odiamos verlo cachetear a su coestrella.
Sin embargo, algo más se ha perdido en el camino. En una entrevista reciente con Bill Murray, un periodista de la revista GQ conjeturaba sobre por qué el actor ya no actúa en comedias, o al menos en películas que se anuncian expresamente como tales.
“(Las comedias de hoy) simplemente son diferentes a las que yo solía hacer”, reflexionó el protagonista de Groundhog Day . El reportero concuerda, y se aventura a formular una hipótesis: “En apariencia (') películas como The Hangover y Knocked Up pertenecen al linaje directo de los clásicos de Murray: Meatballs , Stripes , Ghostbusters , Grondhog Day . Sin embargo, esas películas anteriores se trataban de (lo que significaba) ser un hombre y negociar con el mundo, mientras que el tema dominante de las (comedias) más nuevas se trata de evitarlo, permaneciendo como un niño”.
En los álbumes familiares, nuestro tío siempre parece un viejo en la foto que le tomaron a los 20 años cuando la comparamos con la foto que el primo acaba de publicar en Facebook, a sus 30. Uno podría pensar que es solo un asunto de estética: ahora no queremos parecer señores ni señoras. Sin embargo, también puede haber una preocupación más profunda: no queremos ser señores ni señoras.
Claro que seguimos teniendo hijos, pagando la hipoteca, cumpliendo horario, pero soñamos con no hacerlo. Queremos jugar a ser irresponsables. La industria del espectáculo hace lo que mejor sabe, y nos proyecta esa ilusión. 1