El hedonismo, contrariamente a lo que podría pensarse, no es una enfermedad venérea ni alguno de los diversos nombres artísticos de Belcebú. El hedonismo, inventado y practicado hace su buen puño de siglos por el griego Epicuro (los griegos lo inventaron todo, en especial las filosofías), es la creencia de que la felicidad se fundamenta en el placer, de que el placer en sí no es malo, y de que malo puede simplemente ser el medio que se emplee para obtenerlo. Que lo malo también es el exceso. (Lo cual también es muy griego, fanáticos como eran del equilibrio, la proporción, la mesura; “no demasiado”, dijo –recordarán-, muy comedidamente, Tales de Mileto.)
(Lo que más me gusta de los griegos es el hedonismo, las tragedias de Eurípides y el puré de berenjena.)
El hedonismo, si lo pensamos, puede haber matado a alguien que no leyó bien sus preceptos y se brincó aquello de brincarse los excesos.
Pero la falta de hedonismo, y esto hay que señalarlo, también ha matado, y mucho. Y todavía.
Quien no disfruta y solo trabaja, por citar un caso contemporáneo, puede elegir entre morir de infarto o de derrame. (Yo no recomiendo ninguno).
Quien nunca goza y se deprime, puede tener un ataque de suicidio. Quien no ejerce sus capacidades amatorias, puede morir de aburrimiento.
Al hedonismo se le deben cosas muy buenas: la pintura renacentista, la pintura barroca, la pintura impresionista, y en general, todas las demás; la receta de duraznos (de Coronado) que hacía mi abuela (de Guadalupe), el licor benedictino, la cocina mexicana, la cocina italiana, la cocina tailandesa, y en general, todas las demás; los apretones del primer novio, los besos criollos, los besos a la francesa, los besos en el cuello, y en general, todos los demás.
La falta de hedonismo, en cambio, inventó el reclinatorio, cierta abominable ropa interior de caballero, la ensalada de repollo (odio la ensalada de repollo) y la represión.
Epicuro inventó la patineta.
Bueno, no la inventó, no le dieron tiempo, pero si hubiera podido y hubiera habido asfalto en Samos, de seguro que la inventa.
Epicuro sostuvo que debemos buscar el placer en forma racional, sin arriesgar la salud, la amistad o la economía, con lo cual no distan mucho sus consejos de los que brinda cualquier mamá sensata.
Optemos por el hedonismo: su ausencia puede producir guerras, y no hay guerra santa, aunque a algunas alguien así pretendió bautizarlas.
Como decían en los sesentas (los seguidores de Epicuro): “no hagamos la guerra, hagamos el amor”.